La Corte Suprema está haciendo a Cristina día a día más fuerte


Por más que frecuentemente la historia que suelen narrar historiadores y académicos está construida por acontecimientos desprovistos de sonido (cual proyecciones del cine mudo), los hechos históricos permanecen en la memoria colectiva popular plenos de voces, cantos, ritmos y retumbar de artefactos e instrumentos musicales que alimentan o reatroalimentan sueños personales o sociales y/o los evocan con nostalgia y melancolía. Esa afirmación puede ser particularmente pertinente para la historia del peronismo, donde es imposible soslayar el ruido de los bombos, los instrumentos improvisados, la imaginería de las canciones populares, las marchas que confluyen en ese grito de corazón que sale de las gargantas y repite «¡Viva Perón, Viva Perón!». No casualmente, en su último y épico discurso, Perón aludió a los sonidos en una frase destinada a hacerse célebre: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que es la palabra del pueblo argentino”.

El escritor francés Marcel Proust sintió el olor y el sabor de la magdalena mojada en la taza de té y a partir de ahí le invadieron los recuerdos de infancia, juventud y adultez que desgranó en los siete tomos de su obra literaria magna En busca del tiempo perdido. Si Proust acudió a los sentidos del olfato y el gusto para construir belleza y hacer arte de sus reminiscencias personales, en Un grito de corazón, Dady Brieva hace lo propio, pero recurriendo al sentido del oído. Así, a través de los sonidos y las músicas, voces y canciones -muchas de las cuales se volvieron paradigmáticas de una época histórica- reconstruye el “soundtrack de la vida” que todos los humanos suelen tener y que los transporta a diferentes momentos personales y sociales de su existencia.

El resultado es un brillante monólogo donde, en lo que parece una continuación de El mago del tiempo, evoca remembranzas y anécdotas del pasado y el presente con melancolía y, por supuesto y sobre todo, una gran dosis de humor que hace que el público estalle en carcajadas.

—¿Cómo surge la idea de Un grito de corazón?

—Nunca un espectáculo me salió de manera tan rápida ni tuve ese grado de inspiración. Las palabras parecían brotar de forma intempestiva. Quizás porque, tal como dice el título, se trata de un grito que viene del corazón. Empecé a pensar y a analizar de dónde viene ese fenómeno, ese grito que da cuenta de una alegría o una tristeza profunda, que sirve para alentar al artista, al político o a la persona que admiramos, para llamar a quien amamos o decirle “te quiero”, para repudiar lo que nos indigna. Un grito de angustia o desesperación que, en la pintura, tiene su mayor exponente en El grito de (Edvard) Munch. Un grito que a veces sale y a veces se aprisiona y queda silenciado. Pero que, cuando logra salir, nos ahoga de tan profundo que es.

—En escena se te ve visiblemente conmovido. ¿Eso se debe a la naturaleza del show, a la época, al hecho de que hacía más de un año que no pisabas un escenario?

—Este es mi espectáculo más personal, en el que me siento más cómodo, el que me salió más redondo. Me siento bien y siento que soy yo. Son mis textos y mis sentimientos en carne viva. Me remonto a mi Santa Fe, a mi infancia y adolescencia en Villa María Selva, a mi padre peronista discutiendo con mi madre gorila, a mis primeros amores, con sus alegrías y frustraciones. Aunque no todo es real: los recuerdos y personajes están construidos sobre una base verdadera pero con una dosis de ficción. Oscilo entre realidad y ficción. Y todo eso lo hago a través de los sonidos en sentido amplio: no solo las canciones, también los dichos y clichés que hacen al sentido común de una época, mi viejo silbando mientras se afeitaba, los gritos de mi vieja cuando se enojaba, el vecino que escuchaba la Marcha Peronista o la música de moda en su Winco.

—En un espectáculo que se llama Un grito de corazón, es imposible no preguntarte sobre la política.

—La intención no es hacer un espectáculo político. Igual, lo político se filtra ya desde el título y aparece en el transcurso del show como el pariente no invitado. Quizás porque no podemos despojarnos de lo que sentimos en términos políticos. Pero claramente no se trata de un monólogo político. No me interesa bajar línea ni adoctrinar. No soy, ni pretendo, ni quiero ser el maestro de nadie. Además, vengo de una tradición que, quizás por convicción o por la censura de la época, no era panfletaria. Cuando militábamos en el ’73, estaba prohibido ser panfletario. El panfleto frivoliza, simplifica, vuelve barato lo ideológico.

—¿Por qué pensás que el teatro puede ser un campo de resistencia política?

—Porque implica poner el cuerpo. Yo siempre resistí. Resistía cuando en la calle o en el colegio me decían “cuatro ojos”, cuando me tiraba desde un colectivo en movimiento para que me aceptaran en una barra de machos o para impresionar a la chica que me gustaba. Resistí cuando Mabel me abrazó en mi primera relación sexual. También cuando fuimos MIDACHI en los años noventa: hacer humor en los ’90 fue resistir. Si nos tocaba hacer humor en los ’70, lo más probable es que hubiéramos fracasado.

—¿Cuál es la importancia de poner el cuerpo en esta época, donde muchas interacciones se tercerizan en lo digital?

—Siempre es importante poner el cuerpo. Hoy lo están poniendo, sobre todo, los jubilados. Obviamente, no me siento un héroe por subirme a un escenario. En la Argentina, hubo muchos que pusieron el cuerpo y que hoy están desaparecidos. Cuando yo era joven, resistir implicaba, invariablemente, jugarse la vida. No puedo sentirme un gran resistente cuando tengo medio centenar de amigos desaparecidos. Hoy la política se hace por Twitter o por TikTok. Y no lo digo despectivamente. Los tiempos cambian, y en cada época se resiste como se puede. En la mía, las canciones de resistencia eran Mercedes Sosa o Víctor Heredia. Hoy se escucha a Lali. Y me encanta lo que genera. Pero son formas distintas de resistir en contextos distintos.

—Entonces, ¿qué rol cumple el teatro hoy?

—Cumple el mismo de siempre. Porque siempre fueron tiempos de crueldad. ¿Acaso no fue cruel la Argentina moderna cuando Roca exterminó a los pueblos originarios? ¿O cuando se fusilaban obreros por anarquistas? ¿O la década del treinta, con desocupación y hambre, la que inspiró a Discépolo a escribir «Cambalache» o «Uno»? ¿Y qué más cruel que los ’70, cuando resistir significaba desaparecer? Yo siempre fui el mismo. Y siempre resistí.

-¿Qué sensaciones y opinión te produce el fallo de la corte que proscribe y le quita la libertad a Cristina?

La verdad es que no tengo mucho para decir porque no me sorprende. No es algo nuevo, desgraciadamente. Es un déjà vu de la proscripción de Perón y todo el peronismo. Pero hay que seguir. No nos podemos quedar quietos. Esta es una historia que ya vivimos. Es como dice “Como la cigarra” de María Elena Walsh “tantas veces me mataron, tantas veces me morí». Es como dicen los cantos del peronismo: “a pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos, ¡no nos han vencido!”.

-¿Cuál presumís que será el futuro del peronismo frente al cepo a Cristina?

-Es difícil presagiar en este país. Son procesos largos, no uniformes. Lo que te puedo decir en lo inmediato es que el Gobierno no está más fuerte que ayer. Y que la Corte Suprema está haciendo a Cristina día a día más fuerte. «

Dady Brieva en «Un grito de corazón»

Unipersonal escrito, dirigido y protagonizado por Dady Brieva. Sábados a las 20 en el Teatro Regina, Av. Santa Fe 1235 (CABA).

Un nuevo lenguaje político

Aunque Un grito de corazón no se presente como ni sea estrictamente un espectáculo político, sin dudas, es un acontecimiento artístico y político, y de los más relevantes del año.

Lo político aparece a través de los propios recursos del teatro y de la literatura: ironías, burlas, humoradas, metáforas y elipsis. Aparece, por ejemplo, cuando Dady recuerda a su tío Raúl, un pariente que se vanagloriaba de sapiencia, utilizaba palabras estrambóticas y que lograba convencer a la parentela de que era un gran pensador no porque lo fuera, sino porque el resto no sabía siquiera de lo que él hablaba.

O cuando hace alusión a que entiende los motivos por los cuales Perón se negó a tener hijos. O cuando pide más aplausos a su público porque “si no ponemos fervor y ganas, en octubre no ganamos”.

El actor y cómico argentino sorprende una vez más en un show que, en un mismo movimiento, no solamente emociona, conmueve y hace reír, sino que propone un nuevo y creativo lenguaje político de resistencia a los tiempos crueles de la era Milei.



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