Aunque frecuentemente se la haya menospreciado, tildado de frívola y catalogado como género menor, la revista criolla nace con un costado rebelde, subversivo y político. Tal como señala Gonzalo Demaría en su ejemplar libro La revista porteña. Teatro efímero entre dos revoluciones (1890-1930), los orígenes de la revista se remontan —no casualmente— a 1890, año de la Revolución del Parque, en el que entra en crisis el modelo liberal tan celebrado por el actual gobierno nacional.
Frente a un presidente acérrimamente conservador y corrupto, Miguel Juárez Celman, que no dudaba en ceder colonias agrícolas a irlandeses e italianos (antes de que siguieran en dominio de los tehuelches, según sus propias palabras), en entregar la construcción y explotación de obras públicas a industrias privadas, en vender masivamente ferrocarriles argentinos —se llegó a conceder una nueva línea férrea por mes—, mientras aumentaba las dietas del Parlamento, la revista se plantó y se burló. Lo hizo recurriendo a los géneros, estilos y estrategias que le dieron identidad propia: el grotesco, el sainete, la comedia musical, las “danzas orilleras”, la incorporación a sus sketches de personajes de la clase obrera y anarquistas, y, por supuesto, haciendo notable uso de la sátira política.
El mismo espíritu transgresor, eminentemente popular y político, impregna La Revista del Cervantes, que se presenta en el prestigioso Teatro Nacional, hoy dirigida por el propio Demaría (evidente ideólogo de esta gran creación). Con demasiadas semejanzas con el contexto político y social de sus orígenes, La Revista del Cervantes se estrena en un momento proclive a —y en el que se torna necesaria— la parodia política.
¿Y quiénes mejor que Tato Bores (Marco Antonio Caponi) y Enrique Pinti (Sebastián Suñé) para hacerse cargo de la sátira argentina? Regresan al escenario, no como espíritus redivivos en la Tierra (aunque lo parezcan en las brillantes interpretaciones de Caponi y Suñé), sino como almas vagantes en el Purgatorio, donde esperan su destino final, celestial o infernal. Desde ese limbo vuelven a lanzar sus proverbiales monólogos, tan actuales que solo precisan —parafraseando a la Emma Zunz de Borges— cambiar unas pocas fechas y nombres propios para hablar del presente.
A su vez, La Revista del Cervantes se presenta como un nostálgico viaje al pasado —fruto de un exhaustivo trabajo de investigación y archivo— que intenta recuperar una historia del género desde fines del siglo XIX hasta la década del treinta. Lo hace mediante espléndidos musicales y sketches que cuentan con el soporte de una inédita producción que incluye orquesta en vivo, cincuenta artistas en escena y la Compañía Nacional de Danza Contemporánea.
Intentar revivir los años gloriosos de la revista porteña implica también el regreso de los glamorosos ornamentos que la hicieron célebre: la consabida escalera para que baje la vedette principal, la proliferación de plumas, los sofisticados vestidos plenos de sensualidad y el desfile de beldades femeninas y masculinas que se erigen como verdaderos artistas, con Antonópulos a la cabeza, secundada por Romina Groppo, Jessica Abouchain, Jerónimo Giocondo Bosia y Fran Andrade, entre otras y otros. Todo eso contribuye a que La Revista del Cervantes se inscriba en la tradición carnavalesca del género, en una cosmovisión donde la “carne vale” y es celebrada.
Teniendo en cuenta que la revista acompañó los acontecimientos políticos y sociales locales —al punto de que, tal como señala Demaría, se podría historizar la Argentina a través del género—, es notable la manera en que el espectáculo del Cervantes utiliza el pasado para reírse del presente o criticarlo con la herramienta del humor. Así, por ejemplo, el diálogo entre el estereotipo de un inglés (Fabián Minelli) y La Argentina (Irina Mockert) puede leerse como una alusión al ominoso tratado Roca-Runciman de 1933 y también, en clave actual, a las descarnadas concesiones del país al extranjero vía los acuerdos con el FMI. Pero Minelli y Mockert brillan aún más en otros dos papeles que conservan su vigencia: él, en “Las sufragistas”, donde interpreta a una malvada dama de la oligarquía porteña (cualquier parecido con la realidad presente no parece mera coincidencia); y ella, encarnando a una mujer desdichada por amor y entregada al vicio de la droga que canta un tango alusivo en “La cocaína”.
Mención aparte merecen Alejandra Radano y Carlos Casella en sus dobles papeles de La Tragedia y La Bozán, y de La Comedia y Monsieur Bertín, respectivamente. En particular, Radano descolla en su interpretación de Sofía “La Negra” Bozán cantando el tango “Yira, yira”, que Discépolo compuso en 1930 para la revista ¿Qué hacemos con el Stadium? (hecho que por sí solo demuestra que el género legó no solo geniales artistas -a la altura de Tita Merello y Pepe Arias-, sino también inolvidables creaciones).
La Revista del Cervantes se presenta como un majestuoso espectáculo imprescindible para estos tiempos. Desde los solventes y magistrales libros de Alfredo Allende, Sebastián Borensztein, Juan Francisco Dasso, Marcela Guerty y Juanse Rausch; pasando por las impecables direcciones musical y coreográfica de Fernando Albinarrate y Andrea Servera; hasta la titánica dirección de Pablo Maritano, todo conspira positivamente para erigir este show como un acontecimiento cultural y político. Un remedio para reír y aliviar la carne en momentos tan crueles y angustiantes, y una celebración de la cultura popular, tan denigrada en estas épocas.
La Revista del Cervantes
Dirección general y puesta en escena: Pablo Maritano. Con Alejandra Radano, Carlos Casella, Marco Antonio Caponi, Sebastián Suñé, Mónica Antonópulos, Javier Marra y Fabián Minelli. Jueves a domingos a las 20 en el Teatro Cervantes, Libertad 815 (CABA).