El teatro me enseñó a expresarme de otra forma y me salvó la vida


Abogado, actor y militante, Gerardo Romano tiene una larga trayectoria. A sus 79 años sigue haciendo teatro con Un judío común y corriente (sábados en el Chacarerean): una obra sobre la religión, Dios, la vida después de la muerte y el genocidio. Siempre con un espíritu transgresor y comprometido, es uno de los artistas más reconocidos del país.

Algunos de los títulos más recordados de su carrera en televisión y streaming son Zona de riesgo, La marca del deseo, Alta comedia; y en tiempos recientes, El marginal y Maradona: sueño bendito. En cine, se destacó en La fuga, La cordillera y Hoy se arregla el mundo, entre otras producciones.

–¿Cómo fue que la actuación terminó siendo tu camino?

–El deporte tiene una vejez temprana. Jugaba al rugby y tuve que dejar. Es un deporte que tiene una dureza que te enseña a sobrellevar todo tipo de situaciones. La vida siempre es una lucha por avanzar, ¿no? Después, la dictadura del ’76, la brava, puso a la militancia en jaque. Yo tenía mucha participación política y ahí se acabó. Con ese tiempo libre, me anoté en un curso de teatro y ahí empecé.

–¿De niño soñabas con ser actor?

–Para nada. Me enteré muy tarde de este mundo, cerca de los 30 años. Pero había estado abonando la semilla sin saberlo: mi abuela me llevaba todos los sábados al cine desde los 5 hasta los 15. Eran tres películas por sábado: eso hizo 1440 en una década. Miraba sin entender que se me metía adentro.

–¿Cómo apareció el Derecho en tu vida?

-Mis padres querían que fuera universitario. Y hay un dicho que dice: “Serás lo que debas ser y sino, serás abogado”. Fui 12 años jefe de sumarios del Ministerio de Justicia. Me designó Perón por decreto. Cargo con ese orgullo.

–¿Te gustaba o lo sufrías?

–Lo recuerdo como algo grato. Eran años intensos, felices. Se dirimía el futuro de la Argentina. Pensábamos que podíamos cambiar la historia. Después, cuando se incumple la Constitución y se roza el abismo institucional, es más doloroso. Justo ahí apareció el teatro.

–¿La vocación te empezó a llamar?

–Estas decisiones son siempre policausales. No era bien visto que un abogado también fuera actor. La militancia se puso peligrosa, el deporte se acabó y encontré el teatro.

–¿Cómo fueron tus épocas de galán?

–Estuvo bueno. Usé las ventajas de ser un sex symbol o lo que sea. Pero nunca me convertí en un monigote.

–¿Cómo viviste tu militancia?

–Militaba en la Juventud Peronista. Era natural. Todos queríamos un país libre, detestábamos el cipayismo. Creíamos en una patria soberana, justa, como pedía Perón. Pero no fue fácil. La represión fue muy dura. El teatro me enseñó a expresarme de otra forma y me salvó la vida.

-¿Cómo es convivir con el mal de Parkinson?

-La llevo como si no la tuviera. Hago todo lo que debo hacer para evitar que la degeneración neuronal que padezco avance. Como si fuera un músculo, entreno, todos los días al despertarme digo un texto tratando de no olvidarme nada, hago ejercicios nemotécnicos, para ayudar con las dificultades cognitivas. También trabajo el equilibrio. En fin, todo lo que tengo que hacer y que en realidad todo el mundo debería. A todos nos va a ocurrir que vamos a tener en algún momento una pérdida de nuestra capacidad cognitiva. Por eso hay que estar activo. La enfermedad avanza y progresa, pero el hecho de encontrar el sentido por el cual seguir es fundamental. Yo sigo luchando por una sociedad mejor.

–¿Cómo ves la actualidad?

–No sé qué va a quedar de esta tierra arrasada. Cuando desaparezcan las industrias, cuando la gente termine de cagarse de hambre, habrá que ver. La insatisfacción es enorme. Solo soporta a este gobierno un sector de la burguesía agropecuaria. Los dueños de la tierra y los especuladores.

-¿Qué pensás del fallo de la Corte que impone la proscripción y detención de Cristina?

-El fallo contra Cristina es un golpe de Estado judicial. Una vergüenza internacional, un horror para los argentinos. Un pisoteo de la Constitución como no se tiene memoria. El dictamen de jueces que coquetean con el poder ejecutivo y con el poder político, jugando al pádel, al fútbol, no tienen ningún tipo de seriedad.

-¿Qué es lo peor de todo esto?

-Condenar en base a suposiciones o discursos mediáticos es algo inaudito. Pero que lo suscriba la Corte Suprema supera todo límite. Esta época será recordada como una era de ignominia muy grande. Todo lo que está ocurriendo es de una nulidad insalvable.

-¿El fallo de la Corte puede sentar jurisprudencia para avanzar sobre otros sectores?

-Todas las posibilidades son viables porque condenaron a Cristina sin pruebas y con prevaricatos. Es inversamente proporcional a la inocencia de Macri en las causas de los parques eólicos, el contrabando de autopartes, las cloacas de Morón, la deuda del correo y más.

-Trabajaste en la Justicia. ¿Cómo lo sentís desde ese lado?

-Es como un disparo en la sien. Un país sin justicia no le hace nada bien a los argentinos. Pero quiero recordar que en nuestro país pasaron muchas cosas aberrantes y la Justicia las ignoró y/o auspició.  Somos el único país en el mundo cuyas Fuerzas Armadas bombardeaaron a su población civil. Fue en el ’55, y este martes 16 de junio se cumple un nuevo aniversario de impunidad y oprobio. Antes el trabajo sucio del poder lo hacían los militares, hoy lo hacen los jueces.

Ping pong con Gerardo Romano



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