Este miércoles murió Brian Wilson y con él se fue una parte esencial del siglo XX musical. El cerebro sonoro de The Beach Boys, que transformó canciones adolescentes en arte emocional, falleció este 11 de junio a los 82 años. Fue el arquitecto del “California Sound” pero también su mayor disidente: mientras el sol brillaba sobre tablas de surf, él se hundía en armonías cada vez más complejas, introspectivas y alucinadas. Su legado es inconmensurable: sin Brian, el rock no habría aprendido a mirar hacia adentro.
Nacido en Inglewood, California, en 1942, Wilson fue un prodigio precoz. A los 20 ya escribía, arreglaba y producía para The Beach Boys, grupo que compartía con sus hermanos Carl y Dennis, su primo Mike Love y el amigo Al Jardine. La fórmula era irresistible: vocales en capas, melodías radiales, una América blanca y soleada soñando con olas perfectas y amores de verano. Hits como “Surfin’ U.S.A.”, “Fun, Fun, Fun” y “I Get Around” definieron el optimismo juvenil de los primeros 60.

Pero Brian tenía otras ambiciones. Atraído por el trabajo de Phil Spector y obsesionado con innovar, dejó las giras en 1965 para volcarse al estudio. Allí, con los mejores músicos de sesión de Los Ángeles (la mítica Wrecking Crew), empezó a construir su obra maestra: Pet Sounds. El disco, lanzado en 1966, fue una ruptura total con la lógica del hit radial. Era introspectivo, melancólico, espiritual. Temas como “God Only Knows”, “Wouldn’t It Be Nice” y “I Just Wasn’t Made for These Times” desarmaban la lógica binaria de alegría o tristeza y proponían una emocionalidad más rica, contradictoria, adulta. Paul McCartney declaró que Pet Sounds fue el disco que inspiró Sgt. Pepper’s.
Poco después, Wilson elevó la apuesta con “Good Vibrations”, un sencillo que tardó seis meses en grabar, con múltiples sesiones y un montaje fragmentado que anticipaba la producción moderna. Esa “sinfonía de bolsillo”, como la llamó, fue un éxito comercial y un manifiesto artístico: el pop podía ser tan ambicioso como el jazz o la música clásica.

Wilson y la sinfonía de Dios
El siguiente paso debía ser Smile, una “sinfonía adolescente a Dios” con letras de Van Dyke Parks y estructuras circulares, oníricas, futuristas. Pero la presión, el aislamiento y el deterioro mental lo paralizaron. Smile fue archivado y Brian entró en una década oscura: drogas, obesidad, reclusión. El mito de “el genio caído” se volvió parte de la cultura pop.
Durante los 80 y 90, su figura se mantuvo entre la leyenda y el trauma. Las denuncias contra su terapeuta/tutor Eugene Landy, la sobreprotección de su entorno y la fragilidad de su salud lo alejaban de la música. Pero contra todo pronóstico, resurgió. En 2004, reconstruyó Smile desde cero y lo presentó en vivo: fue una consagración tardía y conmovedora. Luego vinieron discos como That Lucky Old Sun (2008) y giras celebradas que lo reencontraron con sus clásicos y con el cariño de nuevas generaciones.

Brian Wilson no solo fue un compositor prodigioso, sino un innovador del sonido. Convirtió el estudio en instrumento, desdibujó las fronteras entre música “comercial” y “experimental” y escribió canciones que aún hoy conmueven por su franqueza emocional. Su influencia se extiende desde los Beatles hasta Radiohead, desde Sufjan Stevens hasta Animal Collective. La mezcla de vulnerabilidad y belleza en su música anticipó el indie, el emo, el dream pop.
Murió Brian Wilson, pero su obra -como escribió en uno de sus temas más inolvidables- “Won’t be long till happiness steps up to greet me” (“No pasará mucho tiempo hasta que la felicidad venga a saludarme.”) no se detendrá.