Quizás La muerte de un comediante marque un hito en la historia de la producción cinematográfica argentina en varios sentidos. No solamente por tratarse de una inédita superproducción local de aventuras y espionaje, filmada en varias locaciones, y por la espectacularidad de los efectos especiales. Tampoco porque sea una película inusualmente bella y poética para un actor que hace su primera incursión en la dirección y el guion, como Diego Peretti. Ni porque combine los géneros de aventuras, espionaje y drama existencial, tratando temas como la memoria y la identidad. Sino también porque, para su financiación, no optó por los caminos tradicionales del subsidio estatal ni por la inversión publicitaria a través de los grandes productores privados. La tercera vía, y la elegida, fue el aporte de más de 10.000 personas, impulsado por una plataforma digital. Más de 10.000 personas se convirtieron en socios productores del filme y miembros de la Comunidad Orsai, a partir de un crowdfunding ideado por Hernán Casciari.
–¿Qué tenés en común con el personaje?
-Como yo, Juan Debré es un actor argentino popular. Se hizo conocido a nivel masivo por un personaje heroico ficticio de una serie de televisión, similar al que yo interpretaba en Los simuladores, pero enmascarado: el Escorpión de la Justicia. Esa sería una semejanza. Otra semejanza es el criterio que tengo de la vida como algo celebratorio, no como algo sufriente, de resignación o de sacrificio. Creo que cada minuto, cada segundo que pasa, es único e inefable: no vuelve a repetirse. Entonces, hay que darle a cada momento el volumen de felicidad y la alegría que le corresponde, aun sabiendo que el final es siempre trágico. Trágico, pero a la vez celebratorio de haber habitado este planeta que gira en medio de la nada.

-¿Y qué te diferencia?
-La diferencia comienza en que Debré devino en una especie de héroe urbano que vive de la identificación que tiene la gente con su personaje. Como todo actor, Juan es un ser algo huérfano, solitario y bohemio. La película lo retrata sin ningún tipo de relaciones a su alrededor ni historia previa. En esa bohemia y soledad, recibe la noticia de que su vida pende de un hilo debido a una enfermedad. Entonces, antes de quedarse haciendo exámenes clínicos o tratando de curarse, decide hacer un salto de órbita e ir al lugar donde nació el héroe de cómic que lo inspiró a ser actor. Es un viaje intuitivo y emocional, casi un regreso a la infancia.
-Está muy bien trabajado el momento en que él toma esa decisión; ahí parece empezar la película. ¿Qué podés decir de esa escena crucial?
-Debré lo decide en shock. Salta de órbita y se va directamente desde un set de filmación. Se dirige a Bruselas, donde nace este ícono que creamos: al principio iba a ser Tintín y, finalmente, fabricamos a Bombín, inspirado en Tintín y en Magritte. Allí, en Bruselas, busca un libro inspiracional de este héroe de cómic y se encuentra con un grupo de chicos involucrados en una trama diplomática.

-¿Por qué eligieron Bruselas como lugar central de los acontecimientos?
-Porque Bruselas es el corazón diplomático de Occidente, tiene un ambiente melancólico y luminoso, y fue la cuna del cómic. Además, suele ser un lugar pacífico, hospitalario y cosmopolita: nos pareció ideal para ubicar ahí a un argentino, una cubana, un norcoreano y una estadounidense: un espacio en el mundo que refleja la multiplicidad de nacionalidades, etnias e idiomas. Todos somos ciudadanos del mundo: las fronteras son una estupidez. Estos personajes realizan espionaje sobre un político parlamentario austríaco muy reaccionario, que busca implantar una ley antiinmigratoria estricta. Así, el personaje de héroe de ficción se transforma en un héroe real que ayuda a muchas personas y contribuye a que el mundo no esté más torcido de lo que está.
-¿Cuál era tu aproximación al universo de Tintín?
-Quizás lo leí en la infancia, pero no era muy asiduo. Al investigar, descubrí la dimensión del personaje. Tintín es el primer héroe creado en Occidente, en Bruselas, y no es un superhéroe. Nos pareció que tenía esa ingenuidad, valentía, arrojo, corrección, honestidad e inconsciencia que poseen las personas ordinarias que, por distintas circunstancias, se convierten en héroes. Que sea periodista también nos parecía un plus: el periodista es testigo del mundo y, junto con su bohemia, tiene madera de héroe. Compré todas las historietas y las leí con detenimiento. La marca Tintín era muy cara y queríamos destinar los recursos a la creatividad, no a pagar una marca. Entonces creamos un ícono nuevo: Bombín, que guarda cierta asonancia con Tintín. Bombín se inspira en Magritte, quien utiliza un personaje anónimo en la mayoría de sus pinturas, con bombín, corbata roja, camisa blanca y saco gris. Le agregamos como rasgo singular unos zapatos algo payasescos.

-¿Cómo conciliaron que las historietas de Tintín eran colonialistas, anticomunistas y reaccionarias, y que Hergé fuera acusado de colaboracionista con los nazis?
-Hay grandes relatos ideológicos que tiñen todo el mundo. En la Argentina, eso ha resignificado cómicos como Tato Bores o ha llevado a cancelar el humor de Olmedo. Creo que no había intencionalidad política en el personaje de Tintín, sino un contexto de escritura: muy simple e ingenuo. Ahora hay películas que señalan, por ejemplo, que es antifeminista, colonialista, patriarcal u homofóbico: hay que analizar cada obra en su contexto. Está bien aclararlo, pero no estoy seguro de calificar el arte con ideología.

-Si estuvieses en una situación límite, al borde de la muerte, y quisieras volver a un momento de la infancia o a un héroe de la infancia, ¿cuál sería?
-Mis héroes de la infancia pasaban por el deporte y los grandes ídolos del fútbol, tenis y rugby, que daban felicidad a la gente. Compraba mucho la revista El Gráfico y leía los reportajes de los deportistas sobre arrojo, entrega y disciplina. Con ellos aprendí a festejar los momentos de gloria y a recuperarme de las caídas: Pasarella, Alonso, Kempes, Guillermo Vilas, Reutemann, entre tantos otros.
-Hay una utopía política en la película, que se posiciona contra leyes xenófobas, en un momento en que parte del mundo parece inclinarse hacia otro lado.
-Queríamos reflejar la noción de ciudadanos del mundo. Fronteras, religiones, razas e idiomas forman parte de nuestra existencia, pero si nos separan como seres humanos, es una gran estupidez. Nadie puede abarcar la existencia de Mahoma, Buda, Moisés o Jesús. Sin embargo, los seres humanos calman su angustia de muerte inventando ficciones que compiten entre sí y generan guerras, muertes y autodestrucción. Lo mismo sucede con camisetas políticas o fronteras: no se puede cruzar siendo ciudadano del mundo. Por eso incluimos personajes de diversas etnias, hablando varios idiomas, en una historia que promueve la igualdad, ayudar a migrantes y concretar sueños.

-¿Te parece que hay un mensaje político en la película o una importancia política?
-No, más bien filosófica. Sí, obviamente, la vida y la política aparecen en el tema inmigratorio, étnico y en la denuncia de poderes establecidos que se arrogan la propiedad de la Tierra. Esa es la trama más políticamente correcta, pero el trasfondo de la película es existencialista.«
La muerte de un comediante
Dirección: Diego Peretti y Javier Beltramino. Guion: Diego Peretti. Con Diego Peretti, Malena Villa, Haneul Kim, Marioska Fabián Nuñez, Eric Bier. En cines.
Peretti, la imaginación, la estética y la realidad
El reconocido actor cuenta que “lo que más disfruté es lo creativo con Javier Beltramino y con todo el equipo”, en relación a su primera experiencia como codirector. Explica que, al tratarse de una película de autor, la tarea implicó convencer a todos los creativos de su visión: “Eso es quijotesco, pero no deja de ser creativo”. Entre los obstáculos, menciona la tensión habitual entre quienes manejan los recursos y quienes producen la idea.
“Lo más difícil siempre en el cine, aun autogestionado como este, es la pelea de los creativos con los que administran los recursos”, destaca.
Peretti recuerda escenas particularmente complejas, como un plano secuencia largo donde Debré se va del set en moto, con múltiples personajes, efectos especiales, cambios de punto de vista y voz en off. También destaca el momento en que “se le acaba la nafta de la moto y se termina desmayando con el perro frente al mural Tintín en Bruselas con la música de Loló Mi Cucci”, un instante que describe como “un revivir del ave fénix” que permite al personaje retomar su cometido heroico.

Sobre la estética del film, Peretti detalla que trabajaron para conciliar la humanidad del personaje con la visualidad de la historieta: “A medida que avanzamos con Javier Beltramino nos fuimos dando cuenta de que la estética de la película tenía que estar regida por el cómic”. Señala que evaluaron incluso hacer algo al estilo de Frank Miller en Sin City, con furia expresionista en blanco y negro, pero finalmente optaron por una estética de trazos simples, colores marcados y valores morales claros, reflejando la justicia y coherencia que caracteriza a Tintín.
Para Peretti, la clave es que “la estética juega también con la vida real y la imaginación: a través de la imaginación, se puede ver la realidad”.
