Un fútbol herido

Un fútbol herido


El domingo a la noche, mientras se especulaba sobre los posibles cruces de octavos porque todavía faltaban los partidos del lunes, un amigo escribió en un grupo de WhatsApp: “A Barracas mañana le dan tres penales contra Huracán”. Estuvo cerca: le dieron dos. Pablo, mi amigo, no es un vidente, es un hincha más del fútbol argentino, envuelto a esta hora en un estado de resignación. 

¿O no fue ese el estado en el que terminó Walter Otta, entrenador de Deportivo Morón? El Tribunal de Ética -encabezado por el juez de Casación, Diego Barroetaveña- lo suspendió por declaraciones que no hizo. Morón tenía que definir el pase a la final por el segundo ascenso a Primera contra Deportivo Madryn. A Otta le adjudicaron haber dicho que Madryn era el caballo del comisario de Claudio Tapia y Pablo Toviggino. Es lo que dice en voz baja todo el fútbol argentino, pero es justo lo que no dijo Otta. Y si lo hubiera dicho, ¿qué? La sanción sirve, el disciplinamiento funciona: nadie habla. A Otta lo suspendieron. Madryn pasó a la final. “No quiero dirigir más”, le dijo Otta, entre sollozos, a quien lo abrazaba para consolarlo. 

El fútbol argentino está herido. Tiene su credibilidad dañada. Incluso desde antes de que el presidente de Rosario Central, Gonzalo Belloso, saliera el jueves al mediodía de un edificio de Puerto Madero con un nuevo título para su club que nadie sabía que se había jugado. Salió junto al arquero Jorge “Fatura” Broun y al técnico Ariel Holan. En el momento de la coronación, en las oficinas de la Liga Profesional, estaba también Ángel Di María. La foto de todos ellos con el trofeo en la parte de atrás de un auto es la ilustración de un absurdo.

Si Central lo merecía, o si lo merecen aquellos que ganan más puntos durante el año, que es el argumento de quienes defienden esto, es porque hay un problema en el formato de los torneos, los que cambian todo el tiempo porque todo el tiempo se cambian las reglas. Hoy con 30 equipos en la Primera ni siquiera se juega todos contra todos. Central enfrentó a la mitad de los equipos. Porque no hay no estructura de liga, hay estructura de copa. Equipos que se salvan del descenso y, a la vez, quedan a cuatro partidos de ser campeones. No hay mediano o largo plazo, no hay mérito. El problema se agudiza en la segunda división, a la que hace tiempo hasta le sacaron la letra “B”. Caer en esa masa de 36 equipos puede significar no volver nunca más. 

El año que viene habrá ocho títulos disponibles. Ya nadie sabe qué va a buscar, qué juega, qué puede puede ganar. Pero siempre algo hay. Nada termina de valer del todo. Desvirtuar la competitividad es atentar contra la lógica principal del deporte. Y el fútbol es el corazón popular del país, ahí late lo colectivo. 

En estos días aparecieron imágenes de murales de los campeones del mundo vandalizados en Morón. “Qué caro nos salió el Mundial”, pintaron sobre el Dibu Martínez tapándole el tiro a Kolo Muani. La frase salió de las redes sociales a las calles. El poder de Tapia no radica sólo en la selección, en su vínculo con los jugadores, en las fotos que postea junto a Rodrigo De Paul y Lionel Messi. Se cimenta, sobre todo, en los clubes. Precisamente en ese reparto de títulos y lugares en primera y segunda. También, por supuesto, en sus propias virtudes de liderazgo, en saber llevar y escuchar al resto. 

Los hinchas no votan, votan los dirigentes. Los que escriben los murales no deciden. Eso que llaman opinión pública puede decir lo que quiera, la tribuna puede gritar lo que quiera, y nada importa. Eso es lo que permite la lejanía de las decisiones respecto de lo que quiere la base. No hay ninguna consecuencia. Pero, además, ¿los socios están dispuestos a que sus dirigentes se opongan a las decisiones de Tapia? ¿O acaso no les piden siempre que tengan peso en la AFA, que sean cercanos, que estén en la rosca, que consigan los mismos favores que les molestaría que otros consigan?

Después de que Andrés Fassi se arrodillara ante Tapia, el único club que ahora toma distancia es Estudiantes de La Plata. Su presidente, Juan Sebastián Verón, es un defensor del ingreso de capitales privados a los clubes. Él dice que no quiere SAD, pero quedó pegado a Foster Gillet, el empresario estadounidense que el gobierno presentó como la punta de lanza de esas SAD. Viene bien para dividir las aguas, pero la verdad es que son demasiados los hinchas que no quieren a personajes como Foster Gillet, los que no quieren sociedades anónimas y, sin embargo, quieren un fútbol más transparente; un fútbol creíble, cercano, discutible porque es fútbol, injusto porque es fútbol, pero genuino. Los clubes son de los socios, el fútbol también. Defender esa posición es lo contrario a esto. Es alimentar el otro lado. Ojo con construir descreimiento. Porque en la resignación aparece lo peor. ¿O acaso nadie quiere pensar en cómo es que llegó Javier Milei a gobernar la Argentina? 

El dirigente más poderoso de ese fútbol es un hombre al que los socios de los clubes no le conocen la voz y hasta hace poco apenas le conocían la cara. Toviggino, tesorero y brazo armado de redes sociales, escribió en una respuesta a Estudiantes (a Verón), que hay una “campaña mediática, desestabilización y terrorismo contra la AFA y sus Dirigentes”. La última mayúscula le pertenece. Al futbolero que va a la cancha, al que paga la cuota, al que no puede pagarla, al que vive esto con amor, pasión y locura, no hace falta explicarle nada. Sabe de qué se trata. Están manoseando algo sagrado.



Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *