En la 82ª edición del Festival de Cine de Venecia, Guillermo del Toro presentó su esperada adaptación de Frankenstein, y lo hizo con un gesto que mezcla solemnidad y fascinación: la proyección dejó al público en silencio absoluto durante gran parte de la función, solo interrumpido por una ovación que duró más de diez minutos al finalizar.
La película, protagonizada por Oscar Isaac y Jacob Elordi, no busca el terror tradicional sino explorar la vulnerabilidad humana, la soledad y la obsesión de quien desafía los límites de la creación. Víctor Frankenstein y su criatura se presentan como figuras de un drama íntimo, más cercano al arte del retrato que a la épica del horror, con la cuidadosa construcción de un mundo que respira entre la melancolía y el asombro.
Del Toro, multipremiado por su sensibilidad visual y narrativa, no esquivó preguntas incómodas. “No me asusta la inteligencia artificial, pero sí la estupidez humana porque es más abundante”. La frase, cargada de ironía y verdad, resumió la sensación de un creador que observa cómo el mundo se enfrenta a los avances sin reflexionar sobre su propia responsabilidad. Entre las declaraciones, también destacó la importancia de mantener la humanidad y la creatividad frente a la polarización y el miedo, valores que impregnan la película y se sienten en cada plano.
Del Toro y un sueño hecho realidad
Más allá de la tecnología, Del Toro compartió reflexiones profundamente personales sobre su relación con la historia de Shelley y su propia experiencia como cineasta. Contó que desde niño tenía la visión de cómo sería su criatura, aunque no sabía que la película terminaría explorando “la historia de dos padres y un hijo”. Añadió que realizar esta adaptación fue “más que un sueño; fue una religión” y que lleva “entrenando” para ella durante más de treinta años. Estas palabras revelan la intensidad emocional y el compromiso que el director invirtió en la obra, y cómo la adaptación no es solo un proyecto profesional sino un ejercicio de vida y pasión por el cine.
La obra se ambienta en 1857, pero su atmósfera remite a un universo atemporal: el diseño de producción, la fotografía y los decorados buscan capturar la textura oscura y melancólica del relato original, mientras que los actores aportan capas de complejidad. Isaac encarna la ambición y el peso de la conciencia, y Elordi, bajo un maquillaje que requería hasta diez horas diarias, transmite la fragilidad y la intensidad de la criatura. La puesta en escena combina detalles góticos con silencios que hacen palpitar la emoción de la historia: un enfoque que demuestra por qué Del Toro es considerado uno de los grandes narradores de nuestro tiempo.
La película, con un presupuesto de 120 millones de dólares, llegará a los cines el 17 de octubre y a Netflix el 7 de noviembre, pero su presentación en Venecia ya marca un hito. Más allá del despliegue técnico, lo que conmueve es la manera en que Del Toro articula el mito con sensibilidad contemporánea y humanidad. La criatura no es solo un monstruo, sino un espejo de la soledad, el miedo y la esperanza; Víctor Frankenstein no es un villano, sino alguien atrapado en su propia obsesión y en la incapacidad de prever las consecuencias de sus actos.