El sector 134 es el fondo de la morgue judicial del Cementerio de Avellaneda. La Policía Bonaerense tiraba ahí a sus víctimas, en las fosas comunes, las vaqueras. Les decían así porque ahí podía enterrarse a una vaca. Pero lo que se enterraban eran los cuerpos fusilados, unos encima de otros, durante los años de la dictadura cívico-militar. Los entraban por un portón desde la calle Oyuela, en la clandestinidad, sin necesidad de pasar por ningún registro. Aunque había un libro de ingresos. Allí figuraban unas 220 personas que habían sido llevadas a esas fosas comunes después de distintos operativos. Pero al excavar, ya en democracia, el Equipo de Antropología Forense encontró en esas tierras 350 restos de víctimas del terrorismo de Estado. Y quizá haya sido ese el final de los fusilados de Racing.
Carlos “Maco” Somigliana está parado en el sector 134. Es antropólogo, investigador, uno de los impulsores del Equipo de Antropología Forense. El lugar está dividido en cuadrículas, de un lado con marcas de letras y del otro con números, formando una grilla para poder determinar con facilidad la ubicación y el momento en el que fueron enterrados. “Las personas del episodio que a vos te interesa tienen que haber estado más o menos por ahí, entre D4 y D6”, le explica Somigliana a Rodolfo Petriz, director del documental Los fusilados de Racing, que este domingo a las 20 se proyectará en el cine Gaumont.
La escena de la película en la que Somigliana le muestra la zona de las fosas comunes a Petriz es una más en la búsqueda por saber qué pasó durante la madrugada del 22 de febrero de 1977 cuando seis personas, cuatro hombres y dos mujeres, fueron fusiladas frente a las viejas boleterías de la cancha de Racing. La primera pieza para la reconstrucción de esta historia la puso Rafael Barone, un vecino de Avellaneda, que declaró como testigo en otra causa por delitos de lesa humanidad en la localidad de Piñeyro. Barone contó ahí que una noche caminaba junto a su amigo Oreste Osmar Corbatta, un ídolo de Racing que por ese tiempo vivía en el estadio, y que se encontraron con cadáveres tirados sobre la calle Colón entre Alsina e Italia. El abogado y periodista Pablo Llonto me advirtió de ese testimonio cuando estaba terminando de escribir Corbatta, el wing, un libro sobre la vida del Loco.
Pero fue la periodista Micaela Polak la que después de leer esas páginas sintió en la conciencia la necesidad de seguir investigando. ¿De quiénes eran esos cadáveres? ¿Cuáles eran sus nombres? ¿Quiénes habían sido sus asesinos? ¿Qué más se sabía de ese hecho aberrante ocurrido en un lugar tan cercano, la segunda casa de cualquier hincha de Racing?
La búsqueda de Micaela en el Cementario de Avellaneda y en los archivos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la DIPPBA, resultó fundamental porque determinó la fecha del hecho, la cantidad de víctimas, al menos la que dijeron oficialmente, la autoría de las Fuerzas Conjuntas y, por supuesto, el modo en el que intentaron hacer pasar los asesinatos, siempre con complicidad mediática, como consecuencia de un enfrentamiento.
Otro gran aporte lo hizo Marcelo Izquierdo, autor del libro Tita, 100 años de la madre de la Academia, porque cuenta esa misma noche desde la pensión de Racing se escucharon los tiros policiales. Mientras los pibes se tiraron al suelo, Tita salió a enfrentar a los asesinos. Como si toda la escena, a partir de ese relato, pudiera además verse en 360 grados.
Y está el contexto, la dictadura y sus crímenes. Es imprescindible en ese marco, también para esta historia, el libro Los desaparecidos de Racing, de Julián Scher, que puso la piedra para la restitución de carnets. Pero no sólo hubo aportes periodísticos. Que un cartel y un mural recuerden los fusilamientos frente a las puertas 23, 24 y 25 del estadio, sobre Colón, fue obra de socios y socias, miembros de Memoria Racinguista y de la Coordinadora de Derechos Humanos del fútbol, del departamento de historia y cultura del club, de artistas hinchas de Racing, de funcionarios de la intendencia de Avellaneda, toda una tarea colectiva.
Petriz, que además de director es guionista y productor del documental, logra poner en su película el testimonio de Barone en primer plano. Y juntar todas las piezas en casi dos horas, con el certificado de defunción y con una charla con el médico que lo firma, Atilio Dackow, que indicó “hemorragia interna aguda” como causa de la muerte de los acribillados, hasta llegar a presentar la denuncia ante el juzgado de Daniel Rafecas con el patrocinio de Llonto. Si bien se pidieron diversas medidas, hasta el momento no se llegó a nada que avance en la identificación de los asesinados. “Yo tengo esperanzas igual”, dice Llonto. La película es una herramienta poderosa para avanzar con memoria, verdad y justicia en tiempos de un gobierno negacionista. Es como le dice Somigliana a Petriz: “Esta historia, como cualquier historia, no se cierra nunca”.
