La cultura argentina despide a Adriana Aizenberg, actriz que supo atravesar el cine, el teatro y la televisión sin perder nunca la frescura ni la intensidad. Con más de medio siglo de carrera, dejó una huella profunda en la escena local, pero también el recuerdo de una intérprete que siempre eligió el riesgo y la entrega antes que la comodidad.
Nacida en Santa Fe en 1938, llegó a Buenos Aires con la convicción de que el teatro sería su lugar en el mundo. Lo confirmó desde sus primeros pasos en el circuito independiente, donde aprendió que la actuación no era solo un oficio, sino un compromiso vital. Esa idea la acompañó durante toda su trayectoria, en escenarios grandes y pequeños, en películas de culto y en series populares.
Su debut en cine fue en 1966, y con el tiempo se transformó en una presencia inconfundible: de La Raulito a Plata dulce, de Mundo grúa a El abrazo partido, su trabajo creció en paralelo a un cine argentino que también buscaba nuevas formas de narrar. Cada intervención, aunque breve, tenía una intensidad que no pasaba desapercibida.

En teatro, su nombre fue sinónimo de diversidad. Transitó desde clásicos hasta textos contemporáneos, pasando por monólogos exigentes que requerían un estado de entrega total. Uno de ellos, El misterio de dar de Griselda Gambaro, mostró su capacidad para conmover con un registro íntimo y visceral. Para Aizenberg, la escena era siempre un espacio de riesgo, donde lo importante era animarse a dar más de lo que se esperaba.
Aizenberg en televisión
También brilló en televisión, un medio en el que muchos actores se diluyen, pero que en su caso potenció su versatilidad. Supo adaptarse al ritmo de los unitarios y a la cercanía de las tiras sin perder esa cualidad de actriz de carácter que la distinguía.

Su vida estuvo marcada por una prueba límite: un trasplante de hígado que la obligó a detenerse, pero no a abandonar. Regresó a los escenarios con más convicción, entendiendo que cada función podía ser la última y por eso valía la pena dejarlo todo. Esa mirada convirtió a su trabajo en un testimonio de resiliencia y pasión.
Los premios llegaron -Konex, Colón de Plata-, pero lo que realmente la sostuvo fue el reconocimiento silencioso de colegas, directores y espectadores. Era de esas actrices que siempre se agradecía tener cerca: confiable, intensa, generosa.