no sabés qué carajo va a pasar”

no sabés qué carajo va a pasar”


En 1964, después de haberse probado sin éxito en San Lorenzo e Independiente, Juan Sasturain quedó en Lanús. Tenía 18 años. Era delantero. Había llegado para estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires desde Coronel Dorrego –sur de la provincia de Buenos Aires, a 600 kilómetros de la Capital–, donde había sido campeón de la liga dorreguense con el Independiente local. “En el momento de firmar, no firmé: los sábados a la mañana tenía clase de Latín –cuenta ahora Sasturain, a los 80–. Y no me daba el cuero para la disciplina. Ese fue mi pseudo acercamiento al fútbol profesional”.

Exdirector de la Biblioteca Nacional, escritor de cuentos, novelas y guiones, Sasturian publicó Gracias por el juego (editorial Hugo Benjamín), en el que rescata sus textos futboleros (lleva el título del documental en el viaja a Japón a ver Boca–Bayern Munich por la Copa Intercontinental 2001). Autor de El día del arquero, Wing de metegol, La Argentina en los mundiales (en coautoría con Daniel Arcucci), La patria transpirada y Picado grueso, a Sasturain, durante mucho tiempo, lo acompañó un sueño: un centro alto y pasado desde la derecha, y él entrando libre del otro lado para definir; un sueño suspendido, escribió, “en la duda de darle de primera y de volea con una zurda inepta con el riesgo de mandarla a los caños (o de hacer el gol memorable) o en bajarla, buscar otro perfil, asegurar el destino y, tal vez, perder la oportunidad”.

–¿Enfrentaste, como delantero, a Pancho Sá, quien, como ningún futbolista, defensor él, ganó seis Libertadores?

–Fue antes de que Pancho Sá fuera Pancho Sá. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde me recibí, teníamos, a fines de los 60, un equipo que duró 15 años. Jugué en la primera época, cuando lo armamos. Jugábamos, con muchachos de Filosofía, de Sociología, algunos de Letras, el campeonato en la Ciudad Universitaria, en Núñez. Un equipo de melenudos, de hippies. No daban un mango por nosotros. Pese a todo, ese equipo que luego adquirió un nombre informal, “Infamia”, jugaba bien. Algunos habían sido muy buenos jugadores. Y, de vez en cuando, jugábamos desafíos en cualquier lado. Fuimos a jugar contra un rejuntado de Avellaneda. Había un flaquito de dos. Como teníamos un equipo medio miserable, que jugaba de contra, estaba arriba, de nueve, para pelearla. El flaquito, que tenía mi edad, no me dejó tocar una. Un caballero. Morocho, extraordinario. Había venido desde Corrientes. Estaba a prueba en Independiente. Después nos enteramos quién era. Nos sobraba en calidad. Tengo el honor de que no me haya dejado tocar una pelota. Es mucho más fácil recibirse de profesor de Literatura que jugar en Primera, que es para pocos. Hay mucha diferencia entre jugar más o menos y jugar.

El escritor mexicano Juan Villoro dice que el fútbol sucede dos veces: en la cancha y en la mente del público. Vos, que un partido es una historia, un relato. ¿Por qué los hinchas necesitamos historias y relatos en la mente?

–Un partido es un acontecimiento único. Siempre lo hablamos con Lili, mi mujer (Liliana Escliar, guionista), que mira muchísimo cine, series, incluso las malas, porque aprende. Ella te puede contar el argumento a los 15 minutos de la película, y ya te dice cómo termina. Yo le digo que el fútbol es mucho más entretenido que una película, de esas adocenadas. Porque en el fútbol sí que no sabés qué carajo va a pasar. Es lo hermoso que tiene: no hay ningún guion, es un acontecimiento absoluto. Lo que conserva y hace a su atractivo, más allá de todas las perversiones en términos de mercantilización, es su esencia del juego. ¿Qué nos gusta del fútbol? El juego, lo que tiene de gratuito, de acontecimiento único, de lúdico. Juego en todos los sentidos de la palabra. Jugar es disfrutar del placer de expandir una habilidad. Es gratuito, pero también es arriesgar: jugar(se). Es competir. Cuando uno juega, compite consigo mismo, contra la dificultad; tiene que poner coraje, habilidad, paciencia, templanza. Imponerse a sí mismo la posibilidad de hacer las cosas bien e imponerse al otro, la competencia. Es lo hermoso de los juegos colectivos que se parecen a la vida cotidiana. Se conoce bien la naturaleza, el tipo de gente, viéndola jugar. La vida en un partido de fútbol se parece mucho a la vida cotidiana: pasa todo junto al mismo tiempo interactuando con muchos distintos. Es relato porque todo lo humano termina o empieza con un relato, desde la existencia del universo. Todo partido es una historia y hay que escoger el punto de vista desde el que contarlo. El fútbol es un modelo a escala de un montón de cosas que tienen que ver con cualquiera de las asociaciones humanas.

Juan Sasturain: “El fútbol es mucho más entretenido que una película: no sabés qué carajo va a pasar”

–En 2014 dijiste: “Hay un fútbol argentino candidato a campeón del mundo: no es el que vemos todos los domingos”.

–Nada es especular respecto de otra cosa, pero el fútbol argentino es un aspecto más de la forma de cómo vivimos como sociedad. Con las virtudes que hemos desarrollado, los partidos parecen jugados entre sobrevivientes. Hasta no hace demasiadas décadas, el argentino que llegaba a Europa, la virtud, lo que compraban, era un habilidoso, un pensante, un improvisador, un creativo, una forma de fútbol plástica, llena de picaresca, contraria a lo que podía ser un fútbol más mecanizado y más práctico de los mercados que te requerían. Los argentinos eran la pimienta y el talento que se necesitaban, ya cuando fueran a países latinoamericanos que tenían “menos desarrollo” o a europeos que tenían dinero pero menos creatividad. Hoy, cuando los argentinos llegan a otros contextos, el rasgo que más los caracteriza se ha trasladado a que no se rinden: la virtud del sobreviviente. Más el modelo Cholo Simeone, como jugador y luego como técnico. El argentino es uno que la pelea, que tiene mañas, que sabe, que quiere ganar siempre, que tiene un espíritu de competencia muy desarrollado, incluso al filo de las reglas. Ese es el perfil; un sobreviviente, aquel que sabe afrontar cualquier contexto. Es la imagen que ha ido trasladando nuestro imaginario del jugador argentino. Por eso nuestro fútbol, el que jugamos entre argentinos, es un subrayado de ese concepto: el ganar de cualquier manera, la combatividad, el choque. Entonces, a aquellos que siguen sobresaliendo por las virtudes intrínsecamente futboleras, creativas, lo disfrutamos muy poquito porque se van rápido. Nos quedan el sonido y la furia en el fútbol argentino.

–¿Y la selección argentina?

–Es una selección, pero es como un equipo que se ve por televisión. Nadie vive en Argentina, ni el técnico. Hay una cosa notable que ha hecho Scaloni: la selección funciona como un equipo autónomo que tiene sus propias inferiores. Los que juegan en la Sub 17 o 20 están en las inferiores de la selección, que funciona como una institución más, que tiene sede en ningún lugar. No está en Argentina: acá tiene campos de entrenamiento. Es una agencia de colocaciones internacionales. Muchos de los buenos jugadores que tenemos en ese equipo mágico de la selección no se han formado en Argentina, nacieron acá de pedo o no nacieron acá, aunque sí tienen condimentos. Chicos a quienes conocemos recién cuando vemos la foto. En el fondo, Messi eligió ser argentino. Podría haber elegido ser otra cosa, porque a los 14 ya no estaba en Argentina. Como hacen los africanos en seleccionados franceses, alemanes e ingleses. Lionel podría haber jugado en la selección española. Eligió ser argentino, como San Martín eligió ser criollo. Porque en algún momento alguien elige una pertenencia. La comercialización marca que las nacionalidades, las pertenencias y las banderas se han desdibujado, y que con tal de jugar en una selección, a los muchachos les importa tres carajos ser paraguayo o italiano.

–¿Por qué se miente mucho en el fútbol argentino?

–Los jugadores mienten y especulan todo el tiempo, el arquero hace tiempo. Son horribles los partidos. Todos fingen, nadie dice la verdad. Es una porquería. Pero está todo legalizado. El tipo que transmite dice: “Si se tiraba, era penal”. El jugador dice: “Sentí el contacto y me tiré”. Después nos quejamos de cómo vivimos. Es una joda. Después, todo el mundo critica al referí, que en última instancia es una víctima, el que no tiene quién lo defienda. ¿Con qué cara se ataca al referí si nadie colabora con el juego? Somos muy tramposos. No quiere decir que otros no lo sean, o que a niveles mayores el mundo no sea una basura y estemos gobernados por ladrones, mentirosos y asesinos, que es lo que pasa. Pero estamos hablando de la pequeña cosa. En el fútbol argentino está normalizada la mentira: todo el mundo pega, mete la plancha y se hace el pelotudo. Se cagan a patadas y después se quejan, lloran. Son amigos, eh, no tienen problemas. Pero pareciera que el juego implica ya la trampa. Y la trampa está legalizada; nadie reprocha porque todos hacen lo mismo. Es como si se jugara con un reglamento distinto. El fútbol es una manifestación más. La mentira está institucionalizada, absolutamente. Ya no hay criterio de verdad.

–¿Cómo relacionás al fútbol, “el programa de televisión más importante que hay en la Tierra”, como lo definiste, con “la enfermedad de los números y del resultadismo”?

El mensaje televisivo no está dirigido a un hincha de fútbol, sino a un apostador. Es la timba institucionalizada. Gobiernan los timberos. Menos producir y laburar, todo lo que sea especular con el dinero, está bien, empezando por el Presidente. Lo detecté cuando empezaron a aparecer tanto las estadísticas, como si el fútbol fuera numerología. Por eso se dan los datos, todas esas pelotudeces: para que el tipo mire las estadísticas antes de apostar, como en los burros. Por eso no se habla nada más que de ganar. Los criterios para evaluar a los jugadores son cuántas asistencias y cuántos goles; una pajería infernal. Pero eso tiene que ver con un espectador que lo único que evalúa son los números, porque quiere ver si puede ganar, y ganar asociado al beneficio personal económico, no a otro tipo de cosas. ¿Dónde queda la belleza? En el juego: el juego sigue siendo hermoso, nadie lo puede arruinar. Vemos cosas muy lindas, variadas, que hay formas distintas de jugar. Hoy las tácticas, que en otro momento eran puramente especulativas, son mucho más ricas. Muchos de nosotros, más antiguos, hemos estado más asociados al valor de la improvisación, y hoy vemos que las tácticas tienen su importancia y a veces son muy creativas, importantes. Es muy rico el fútbol para analizarlo.

–¿No se uniformizó el fútbol por la hiperglobalización?

–El modelo a seguir es la NBA. Lo único que falta es que al fútbol lo dividan en cuatro períodos así entran mejor los avisos… ya metieron la hidratación. Pero por eso la cosa más posicional. Muchas tácticas vienen del básquet. Lo bueno que tiene el fútbol es que, a diferencia del básquet, lo físico no tiene una importancia tan definitiva. En el fútbol sigue pudiendo jugar cualquiera; en el básquet, no. En términos físicos y psicológicos, el porvenir es de los negros, no de naciones, sino de aptitudes. Todos podemos jugar al fútbol, no es una cuestión discriminatoria, ni comentario racista, ni a favor ni en contra. En todas las disciplinas, en la medida que se han conseguido igualdad de oportunidades, se van equiparando y reacomodando las escalas de competencia. Los postergados y esclavizados por el blanco van ocupando sus lugares. Es la gente de origen africano la que va copando los mejores lugares de calidad y excelencia en el juego, como (Ousmane) Dembélé y (Lamine) Yamal. Es maravilloso. Los argentinos teníamos muchos tanos en los 20 y 30, que venían de la Pampa gringa. Bien alimentados, polenta. Ese aspecto de la inmigración, en el fútbol, tuvo mucho que ver. Hoy han cambiado los apellidos del fútbol argentino. La inmensa mayoría se han latinoamericanizado. La mayoría proviene del Conurbano, o de los países limítrofes. Gran parte de los muchachos que juegan, que trascienden y que tienen calidad, provienen de esos sectores sociales. El fútbol se ha convertido en ese espacio de posibilidad.

–En el documental “Gracias por el juego”, Carlos Bianchi te dice: “El técnico se tiene que adaptar al material que tiene en los clubes. Y tratar de encontrarle el sistema. Lo primero es conocer bien al jugador, lo más rápido posible; es fundamental hacerlo jugar donde más va a rendir”.

–Estuvo mucho más sabio de lo que preguntaba, Carlitos. Sobre todo, porque ponía las cosas en su lugar. Uno cree, cuando dice que “lo importante es tener buenos jugadores”, que es una coquetería, pero no lo es. Exacto, tiene razón Carlitos. Lo importante es saber qué hacer con los buenos jugadores, ponerlos donde correspondan, y darles confianza, y dejarlos jugar, no romperles los huevos, porque nunca la táctica tiene que estar por encima de los jugadores.



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