Es necesario que las cárceles den herramientas para que los presos puedan reinsertarse en la sociedad

Es necesario que las cárceles den herramientas para que los presos puedan reinsertarse en la sociedad


En octubre de 1789, miles de mujeres haraposas empujadas por la hambruna marcharon armadas con cuchillos de cocina desde sus barrios populares parisinos hasta el palacio de Versalles bajo la consigna “Queremos pan”. No sólo consiguieron comida, sino que protagonizaron uno de los hechos más emblemáticos de la Revolución Francesa. A principios de 1977, un grupo de 14 madres que reclamaban información sobre sus hijas e hijos desaparecidos por la dictadura militar fue intimado por la policía a dispersarse. De esa orden a que circulen surgieron las rondas por Plaza de Mayo y, del ímpetu de Azucena Villaflor, esas rondas devinieron en ritual político sistemático todos los jueves. En mayo de 2015, el femicidio de Chiara Páez y el tuit de la periodista Marcela Ojeda confluyeron en la marcha multitudinaria del Ni Una Menos, que hoy se extiende a nivel global.

La Historia Universal está plena de ejemplos de comunidades políticas que surgen por un cierto azar y que terminan encendiendo chispas que cambian el rumbo de las sociedades. La mujer de la fila narra una de esas historias: la de un grupo de mujeres que se conocen en la fila que se forma para visitar a sus familiares en el Penitenciario Federal 1 de Ezeiza y que, lideradas por Andrea Casamento (quien tiene recluido a su hijo en esa prisión), terminan fundando la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD). Una organización que lucha por derechos que van desde poder visitar a sus seres queridos hasta denunciar los maltratos físicos y sistemáticos que sufren tanto los familiares para atravesar los murallones y las rejas, como los detenidos.

Dirigida nuevamente por Benjamín Ávila, Natalia Oreiro se pone literalmente en la piel de Andrea Casamento y brinda una interpretación de excepción, una performance a la altura de uno de los mejores estrenos locales del año.

—¿Cómo fue tu acercamiento a la historia y cómo surge este proyecto?

—Fue por Benjamín, el director con el que ya habíamos trabajado en Infancia clandestina (2011). Un día me llama, me manda una charla TED de Andrea Casamento. Cuando la veo, me pareció una mujer muy poderosa con un mensaje increíble, con una impresionante capacidad de resiliencia. Le dije: «Esto es alucinante». A lo que me respondió que estaban escribiendo el guion, que iban a hacer una película sobre su experiencia vital, a lo que sin dudar agregué: “Sí, quiero hacerla”. Apenas la vi, me conmovió todo de Andrea. Sobre todo, cómo resignificó un hecho traumático en un acto social y colectivo, de amor básicamente. Como es el poder acompañar a estas mujeres de la fila en este proceso tan difícil y doloroso y modificar esa dura realidad que tienen que atravesar las mujeres familiares de las personas que están en cárcel.

—¿Cómo fue el proceso de construcción de un personaje basado en una persona real que vive? ¿Incluyó entrevistas con la propia Andrea y con las otras “mujeres de la fila”?

—Sí. Comencé a asistir a las reuniones de ACiFaD, las mujeres que se juntan todos los martes. Ahí conocí a Andrea y a las otras mujeres de la fila que son las mismas que aparecen en la película, salvo Amparo Noguera, que es la actriz increíble que hace de “La 22”, y La Tigresa Acuña, el otro personaje. Así, la película retrata una hermosa comunidad de mujeres que no está idealizada, porque es de verdad. Ellas tienen tanta verdad cuando miran, cuando hablan. La escena en donde las mujeres cuentan su historia es el corazón del relato. Eso conmueve porque no lo estamos ficcionalizando, sino que está pasando. Es una película basada en hechos reales. Y, sin ser documental, tiene un costado documental que le da el hecho de estar filmada en la cárcel donde sucedieron los hechos, trabajando con las mujeres reales. Eso es difícil cuando uno quiere emularlo.

—Entre tantos temas complejos que atraviesa la película (la denuncia carcelaria, la sororidad, entre otros), ¿qué opinión te merece la radiografía social que hace del país?

—Tiene muchos temas: habla del amor, de la solidaridad, de la empatía. Pero se monta sobre un prejuicio social que existe de ambos lados. Creo que parte de la sociedad tiene un prejuicio representado en Andrea y en las amigas de la clase social de Andrea que se traduce en “A mí no me va a pasar porque yo soy una mujer de bien”. Como si existiera una parte de la sociedad que no se considera una persona de bien. En el caso de Andrea, ella dice: “Esto es un error, yo sé quién es mi hijo y cómo lo crié”. Y no entiende lo que está pasando y siente que esa situación es un error judicial. Por otra parte, el otro sector reacciona necesariamente de manera hostil frente a ese desprecio por parte de una sociedad prejuiciosa. Creo que lo hermoso es ir derribando ambos prejuicios: conectarse en la humanidad, en el corazón, en la emocionalidad, en el dolor. Es lo que hace Andrea. Antes de que ocurriera lo de su hijo era una persona bastante superficial. Incluso cuando le pasa, solo es capaz de preguntarse: “¿Por qué me pasa esto a mí?”. Después entiende que lo que le pasa transforma su vida al punto de que se enamora de un preso, lo espera 15 años, tiene un hijo con él y hoy su vida está centrada en luchar por los derechos de las personas familiares de detenidos.

—¿Cómo aborda la película esta idea de sociedad dual, esa nueva forma en que se expresa la mentada grieta?

—Ese es un gran punto: la película no tiene una opinión. Trabaja sobre el prejuicio desde los dos lugares. Y es el don que tiene Benjamín, que también mostró en Infancia clandestina. Te contaba una película muy dolorosa, sin dar una opinión personal cerrada, a pesar de ser hijo de desaparecidos. En este contexto actual argentino, la película trata de unir, no de marcar diferencias, que existen porque somos una sociedad diversa y en esa diversidad tenemos que intentar encontrarnos para acompañarnos y salir juntos de esta situación.

—¿Cuál te parece la importancia de presentar esta película en un presente histórico donde el discurso nacional insiste en el recrudecimiento de las penas carcelarias y en la imputabilidad de menores de edad?

—¿Cuál es la función de la cárcel? La función ideal es que la persona que cometió un delito cumpla su condena y que, en el proceso de esa condena, pueda, no solo para la sociedad, sino también para sí misma, comprender, reflexionar y arrepentirse y tener herramientas para reinsertarse en la sociedad y no reincidir en el delito. Las estadísticas no nos muestran eso, sino que, por el contrario, las cárceles multiplican los delitos. La reincidencia en el delito poscárcel es altísima. Está demostrado que tanto los que salen de la prisión como la sociedad que los recibe no tienen las herramientas para esa reinserción. Entonces, la película se pregunta: ¿para qué están las cárceles? Si no hay una transformación, no existe la función prioritaria de la condena. Es necesario y urgente que las cárceles den herramientas para que los presos puedan reinsertarse socialmente.

La mujer de la fila visibiliza un aspecto no siempre abordado: las situaciones de discriminación que viven los familiares de los presos. ¿Cuál te parece el aporte de la película en este sentido?

—Pareciera que el que está preso es solamente el que está adentro de la cárcel. Pero el que está afuera también termina preso de las circunstancias. Porque esa familia es estigmatizada socialmente, pierde su trabajo, no puede hablar de eso. A las madres las culpan, les dicen: “No hiciste bien tu rol” o “¿qué hiciste para que eso sucediera? ¿Lo criaste mal?”. Como si todas esas personas que opinan no pudieran pasar por una situación semejante.

—También visibiliza las torturas y las humillaciones físicas que sufren los familiares. ¿Qué ocurrió en relación con ese aspecto desde la fundación de ACiFaD en 2008?

—La película está ambientada en 2004. Desde ese momento algunas cosas cambiaron para bien. Se han conseguido derechos. Andrea es representante de la ONU en la lucha contra la tortura en las cárceles. Se han trabajado y conseguido muchos avances. Sin embargo, en algunas cárceles siguen ocurriendo situaciones como las que se ven en la película. Hay que seguir trabajando. También se suele hablar de los derechos y el trato que sufren las infancias que acompañan a esas madres a visitar a sus padres, hermanos o familiares.

—¿Cuál te parece el mensaje político de la película?

—Todas las películas son políticas, todos nuestros actos lo son. Es una película muy comprometida con lo social. El mensaje es de unión, de encontrarnos en la diferencia, de no estigmatizar. De trabajar para que este mundo, que a veces es tan cruel, sea un mejor lugar para nosotros y para nuestros hijos.

La mujer de la fila

Dirección: Benjamin Ávila. Guion: Benjamín Ávila y Marcelo Müller. Con Natalia Oreiro, Amparo Noguera, Alberto Ammann, Federico Heinrich, Marcela “Tigresa” Acuña, Lide Uranga. En cines.

https://www.youtube.com/watch?v=MiSvv08RT58

Oreiro pone el cuerpo

La performance de Natalia Oreiro en La mujer de la fila sorprende notablemente por su veracidad, por cómo le pone el cuerpo a las laceraciones sufridas por Andrea Casamento.

-¿De qué manera te afectó y te transformó personalmente interpretar una historia real tan potente y dolorosa?
-Uno lo transita. Nuestra formación actoral tiene herramientas como para poder entrar y salir del personaje. Sin embargo, cuando se está contando una historia real, tan dolorosa, tan profunda, tan visceral como es hablar de la lucha de una madre con su hijo, es muy difícil que no sea yo, en mi caso, quien esté transitando ese dolor. También hay que trabajar con eso, dejarlo fluir, ser genuino, ser honesto con ese dolor que te atraviesa. Después es un abrazo con el equipo, con mi coach, con el director, con las mismas mujeres y sentir que sos parte de una misma energía. Es muy difícil transitar este mundo de las cárceles siendo sensible si no te duelen las cosas de verdad. Hay un momento en donde el personaje de La 22 dice: “El dolor existe, pero el sufrimiento es una elección”. Ese es el mensaje de la película: qué hacemos con lo que nos toca, con la dura realidad por la que tienen que atravesar tantas personas. En el caso de Andrea, pudiendo haberlo dejado en un hecho traumático, en un hecho “de eso no se habla”, tratar de dar vuelta la página, le dio significado a su vida. Su vida cobró un sentido después de que su hijo estuvo en prisión. Yo me quedo con ese mensaje: poder seguir adelante con el dolor, ser feliz con el dolor que es inherente a la vida.



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