Nació en Río de Janeiro el 17 de agosto de 1971, en una familia de músicos. Dice que su abuelo fue su mayor influencia, incluso sin haberlo conocido. Con una fuerte raíz carioca, de chico se volcó al hard rock, del que asegura haber consumido casi todo. Inició su carrera como vocalista de Kabbalah, una banda del estilo. Al mismo tiempo, aprendía a tocar todos los instrumentos a su alcance. A comienzos de los ’90, Ed Motta se lanzó como solista, dejando constancia de ser un compositor detallista y exquisito. Algunos dicen que por eso llamó a su disco Um contrato com Deus. El éxito le permitió convertirse en una voz autorizada no solo en la música, sino también en el cine, especialmente el clásico, del que es gran aficionado. También es especialista en gastronomía y escribió crónicas sobre el tema en varios periódicos.
-Cuando eras chico mirabas dos o tres películas por día. ¿En el cine?
-Sí, porque nací al lado de un cine. Eso fue decisivo en mi formación. De tarde cine europeo, de noche cine comercial. Fellini de tarde, Star Wars de noche. El cine independiente de Brasil se pasaba a medianoche: mi padre era muy radical, solo gustaba del cine brasileño.
-¿Y ahora?
-Ahora las veo en casa, de mi colección inmensa de Blu-ray y plataformas en Internet. Tengo cuenta en un sitio que en febrero hizo una muestra sobre el cine noir argentino y me gustaron la mayoría de las películas.
-Sos muy de estar en casa. ¿Cuál es tu lugar favorito?
-La sala, donde está el piano, la colección de discos y la barra con vinos. Tengo un bar donde preparo mis drinks. Pero también me gusta ir a restaurantes, ser servido.
-El dry martini es el trago de James Bond.
-Sí, pero yo lo tomo con tres aceitunas y zumo de aceitunas, que se bate y luego se bebe.
-¿Te sentís un poco un James Bond de la música?
-Ja ja ja. No, más un Woody Allen: alguien muy problemático (risas).
-¿Dudás mucho cuando componés o grabás?
-Es mucho trabajo, tanto la producción como la post producción. Como espectador disfruto de cosas espontáneas y también de obras extremadamente elaboradas. Igual en gastronomía: disfruto un dry martini simple, unas papas fritas o un beef wellington complejo.
-¿De quién heredaste ese gusto por el disfrute?
-De mi madre y mi abuelo. Él era chef en el Copacabana Palace, tenía hábitos sofisticados y era muy pobre. No lo conocí, pero según mi familia, me parezco mucho a él. Tocaba violón y cantaba.
-¿De ahí vino tu interés por la música?
-Sí, por parte de mi madre. La familia de mi padre era de arquitectura, cine y otras artes. Fue una suerte nacer de ambos.
-¿Cuál fue la primera canción que tocaste?
-«Satisfaction», de los Rolling Stones. Tocaba el punteo entero, el resto no lo sabía (risas).
-¿Cuándo empezaste a coleccionar discos?
-A los 11 años, en 1980. Eran tiempos de mi fanatismo por el hard rock: Black Sabbath, Deep Purple, Led Zeppelin, Rory Gallagher. También blues rock y bandas argentinas como Crucis, Vox Dei, Manal, Serú Girán, Almendra y Pescado Rabioso.
-¿Cómo tenés ordenada tu colección de vinilos?
-Por orden alfabético, dentro de cada estilo: clásico, soul, blues, soundtracks, jazz, música latina.
-¿Guardás música digitalmente?
-Sí. El vinilo es insuperable, pero el audio de alta definición de 24 bits es interesante para un análisis técnico. Aún así, la mejor forma de escuchar un disco de blues de Robert Johnson es en vinilo.
-¿Steely Dan es tu máxima influencia?
-Sí, con Stevie Wonder. Mucho de la forma de cantar y hacer melodías, y la organización de Steely Dan aparece en música argentina, como Spinetta Jade, La Máquina de Hacer Pájaros, David Lebón, y Charly García.
-¿Una película que te haya cambiado la vida?
–Playtime, de Jacques Tati, a los 12 años. La he visto muchas veces, en cines de Francia, Nueva York, Río, San Pablo…
-¿Nunca quisiste ser actor?
-No. Hice soundtracks para películas, eso me gusta mucho.
-¿Cuál es tu compositor favorito?
-Ennio Morricone.
-Tenés un gusto muy clásico.
-Sí.
-¿No te interesa lo del siglo XXI?
-La creatividad en la música terminó cuando empezó la era digital, en 1982 (ríe). Pero me gusta David Lynch y el trabajo de Angelo Badalamenti. Aunque Morricone sigue siendo incomparable.
-Dijiste que un artista debe ser artista 24 horas. ¿Cuándo dormís?
-No tengo hijos, así que no hay momento de “soy padre de familia”. Así que puedo darme el gusto de ser artista las 24 horas, ya dormiré cuando muera (risas).
-¿Sos creyente?
-Sí.
-¿Quién querés que te abra la puerta del cielo?
-John Coltrane (más risas).
–Primera noche allá, ¿con quién tocarías?
-Escucharíamos discos, beberíamos, escucharía más discos, beberíamos más… (risas).
-¿Qué discos escucharías?
-Para empezar, Aja, de Steely Dan; Blowin’ the Blues Away, de Horace Silver; The Prisoner, de Herbie Hancock. «
Ping pong con Ed Motta