Herzog, el cineasta que filmó el alma de la Bombonera y las estelas finales de Maradona

Herzog, el cineasta que filmó el alma de la Bombonera y las estelas finales de Maradona


Finalizada la conferencia a partir de una retrospectiva de sus películas en el Instituto Goethe Argentina, en Buenos Aires, el sábado 13 de septiembre de 1997, alguien se le acerca, entreverado entre un grupo de fans, al director de cine alemán Werner Herzog.

–Un consejo: no vaya a ver a Maradona mañana –le dice.

–Ojalá que él aparezca en el estadio para despedirse, para jugar. Ojalá. Hay que despedir a él con todos los honores –le responde Herzog en un español que estructura con piezas de palabras.

–Él se tendría que haber despedido hace años, no en este estado. O haberse cuidado –moraliza ese alguien.

–Mi opinión –devuelve Herzog al grupo– es que va a aparecer.

Los rumores acerca de que Diego Maradona se retirará como profesional crecen en la Argentina. Al día siguiente Boca recibirá a Newell’s en la Bombonera en la tercera fecha del Torneo Apertura 1997. “Tengo el gran placer de que unos jóvenes estudiantes de cine me han agasajado con un boleto para asistir a la posiblemente despedida de Maradona –había dicho Herzog en la conferencia–. Entro al estadio bajo el pretexto de filmar algo sobre Maradona; así usted puede ver mi primera película, que he hecho a los 24 años: hasta hoy, mis películas, mis trabajos, es el boleto para la vida”.

En la entrada a la Bombonera, Herzog se compra una remera de Boca. Y camina por los pasillos, sube a la platea media hasta la zona de prensa y se la calza. En el frente de la remera, “Boca”, el escudo y una frase: “Historia de una pasión sin igual”. Herzog la exhibe, feliz. Se come un choripán mientras aguarda la salida del equipo. Y se para para aplaudir. “¡Olééé, olééé, olééé/ Diegooooo, Diegooooo!”.

Durante el partido, fuma, reclama, comenta. Penal para Boca. Minuto 40. Maradona ante Sergio Goycochea. Herzog se besa los nudillos, acto de devoción. Diego toca hacia a un costado y Goyco se vuelca hacia el otro. Herzog festeja el gol, el último del Maradona futbolista (se retirará el 25 de octubre de 1997, cuando entre Juan Román Riquelme por él en el entretiempo de River 1–Boca 2 en el Monumental). Aquel día de Herzog en la Bombonera, Boca, al final, le gana 2–1 a Newell’s (empate del uruguayo Josemir Lujambio y, cuando restaban once minutos, gol de Guillermo Barros Schelotto).

En la Bombonera, Herzog, fatalmente cineasta, tomó una cámara de 16 mm y filmó hacia la tribuna de La Doce, a los hinchas. Y registró una serie de estelas finales de Maradona en la cancha. El material se aprecia en Buenos Aires–Herzog Argentina (1997), producido por la Universidad del Cine y Hernán Musaluppi, con dirección de Héctor Bujía Invernizzi y Valeria Radivo. Nunca estrenado, fragmentos del mediometraje documental fueron rescatados por el investigador del cine Hayrabet Alacahan. Acerca de las imágenes captadas por la cámara de Herzog en la Bombonera, el crítico Eduardo Rojas escribió en la revista El Amante de enero de 2008: “Su ojo transforma a La Doce, la funde con su bandera que se agita y acaricia a la multitud, como un monstruo herzoguiano que muta su naturaleza y toma vida propia; y el objetivo se dirige a la cancha y encuadra a Maradona. El más grande (o uno de ellos) filma al más grande, un monstruo sagrado en uno de sus tantos opus finales, un mutante de la gloria, a veces Aguirre, a veces Fitzcarraldo, otras Nosferatu, siempre el Diego; se convierte entonces y por un instante en uno más de los personajes herzoguianos. Quizás esta revelación final sea el oculto sentido del viaje y el de este documental secreto, que ha dejado de serlo porque imprevistamente se cruzó en nuestro camino para hacernos saber que Dios no será más argentino, pero Werner Herzog es porteño”. En la conferencia en el Instituto Goethe, Herzog –amante de los tangos de Carlos Gardel– había dicho que las gallinas son “animales estúpidos” y que, por eso, siempre los ponía en sus filmes en “situaciones ridículas”. Lo repite.

Herzog, premiado a los 83 años con el León de Oro a la trayectoria en el reciente Festival de Cine de Venecia, empezó a jugar a la pelota con los chicos de su barrio en el municipio de Wüstenrot. Para ocultárselo al padre, que se oponía, cuando iba a la escuela se colocaba el pantalón corto debajo del largo. Apenas salía, se iba a los campitos. A los 13 años se mudó junto a su familia a Múnich. Y luego formó parte del equipo Schwarz–Gelb, con taxistas, panaderos y oficinistas. Era arquero o delantero, siempre kamikaze en la cancha. Tras dislocarse el codo en un partido entre directores y actores en el Festival de Cannes de 1973 –y de una recuperación de un año–, abandonó el arco. Con el Schwarz–Gelb, frente al equipo del gremio de carniceros bávaros, había recibido 14 puntos en el mentón después de un golpe contra un rival. “Como entonces no tenía seguro y no podía permitirme ningún lujo, me cosieron a pelo. Definir aquello como masoquismo sería un error. Formaba parte de mi forma de entender el mundo y vivir la vida”, cuenta Herzog en Cada uno por su lado y Dios contra todos, libro de sus memorias.

Herzog, el cineasta que filmó el alma de la Bombonera y las estelas finales de Maradona

“Casi todos los jugadores del Schwarz–Gelb eran más rápidos o mejores que yo a nivel técnico. Pero yo entendía más rápido los movimientos al espacio y sentía una intensa necesidad de marcar. Mi instinto goleador solía atraer a más de un defensa rival, lo que abría huecos para mis compañeros. Sabía leer las jugadas, como los futbolistas a los que más admiro. El italiano Franco Baresi, por ejemplo, era un defensa de los años ochenta capaz de adivinar las intenciones colectivas de todo un ataque contrario. Nadie tenía una comprensión del juego tan profunda como él”, dice en Herzog por Herzog, un recorrido con el crítico inglés Paul Cronin. “Físicamente –afirmó en otra oportunidad–, esto es el cine: entender el espacio”.

Herzog escribió en dos días el guion de Aguirre, la ira de Dios (1972), la historia de un conquistador español del siglo XVI que sale en busca de El Dorado, una región de la Amazonía que, según la leyenda, alberga reservas de oro. “Parte de ella la escribí cuando estaba en un autobús de gira con mi equipo de fútbol, ​​y todos estaban borrachos y cantando canciones obscenas –contó a The Guardian en 2024–. El arquero vomitó sobre mi pequeña máquina de escribir que tenía sobre mis rodillas. Dos o tres páginas estaban irreparables, así que las tiré por la ventana. Nunca recordé lo que decían”. En una escena del documental Un montón de sueños, de Les Blank, que narra las adversidades que atravesaron en la selva amazónica de Perú junto al actor protagónico Klaus Kinski y todo el equipo durante la filmación de Fitzcarraldo (1982) –el delirio de un magnate del caucho obsesionado con la ópera y embarcado en la aventura de construir allí un teatro–, Herzog dice después de que se pincha la única pelota en el rodaje: “El fútbol es una cosa bien seria”. En 1971, cuando había llegado a Perú para la preparación de Aguirre…, Herzog se había entrenado junto al plantel de Sporting Cristal, entonces dirigido por su compatriota Rudi Gutendorf. En una práctica de fútbol, al equipo suplente le faltó un jugador. Herzog le pidió a Gutendorf marcar a Alberto Gallardo. “Era un extremo de la selección peruana que la prensa internacional había elegido parte del once ideal del Mundial de México, junto con Pelé y todos los grandes jugadores de la época”, cuenta el cineasta en Cada uno por su lado y Dios contra todos.

En 2018, Herzog le dijo al sociólogo inglés David Goldblatt en el podcast “Games of our lives”: “El fútbol tiene que ser un espectáculo y un ritual; de lo contrario, no es nada”. Goldblatt le preguntó cómo sería su película de fútbol. “África –le respondió Herzog–, un partido precedido por rituales, interrumpido por rituales, con un coro de 200 personas cantando himnos bien entrenados como en la iglesia, gente cantando y bailando en las tribunas. Y el partido completamente fuera de lo ordinario, magia en el campo, quiero ver al Pelé de los 50 que vi en Múnich, algo así, magia pura y total que todavía está conmigo”. Goldblatt le repreguntó si tenía en mente filmar una película de fútbol: quizá ya la había hecho con Maradona en la Bombonera en 1997. Hincha del Bayern Munich, Herzog vio al Santos de Pelé el 27 de mayo de 1960: 9–1 ante el TSV 1860 Múnich en el Grünwalder Stadion, con tres goles de O Rei (el Bayern, a través del presidente Roland Endler, estuvo cerca de contratarlo).

Hoy, desde su casa en Los Ángeles, junto a su gato, mientras fuma nervioso, Herzog ve los partidos del Bayern Munich. Y sigue a la Bundesliga, aunque no le gusten las transmisiones de la TV: lo confunde que haya tantas cámaras. El crítico inglés Cronin, quien lo entrevistó en Herzog por Herzog, lo conoció a principios del siglo XXI en un hotel de Londres. Tardó horas en compartirle la idea del libro. “Lo mejor es que coopere con usted –le dijo Herzog, mirándolo fijo a los ojos después de un trago de café–. Pero hay una cosa que quiero hacer mientras estoy en la ciudad: ver jugar al Arsenal”. Cronin compró entradas en la reventa. Vieron, en el Upton Park, West Ham–Arsenal por la Premier. “El 26 es un jugador muy inteligente”, le comentó Herzog en un pub tras el partido a Cronin, cero futbolero, incapaz de saber quién era el 26. Herzog lo averiguó entre los bebedores de cerveza. “Joe Cole”, le informaron. “Sabe cómo usar el espacio que lo rodea, incluso cuando no tiene la pelota. Pronto va a jugar para Inglaterra”. Cole, quien había debutado a los 17 años, jugó los Mundiales de Corea del Sur–Japón 2002, Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 con Inglaterra.

Cuando dirijo una película –dice en Herzog por Herzog el cineasta que se adentró en el alma de la Bombonera– me siento como el entrenador de un equipo de fútbol que les ha suministrado tácticas a sus jugadores para llevar adelante el partido pero sabe que es vital que los jugadores reaccionen ante las situaciones inesperadas. Saber usar el espacio que me rodeaba era mi única cualidad como futbolista de vuelo bajo. Jugué para un equipo de tercera división durante años y anoté montones de goles, aunque técnicamente casi todos eran mucho más veloces y mejores jugadores que yo. Pero yo sabía leer el juego y casi siempre estaba en el lugar donde aterrizaba la pelota. Cuando pateaba no veía los dos postes y la barra horizontal, pero sabía dónde estaba el arco. Si me hubiera puesto a pensar seriamente en lo que estaba haciendo, mi juego se habría desbaratado en cuestión de segundos y la pelota habría sido bloqueada por cinco defensores. Es lo mismo que hacer películas. Cuando uno ve algo, no debe perder tiempo en deliberaciones estructurales. Debe tirarse de cabeza, físicamente, sin miedo”.



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