En el humor argentino, donde convivieron la ironía porteña de Niní Marshall, la picaresca de Olmedo y Porcel y la mirada política de Tato Bores, hubo un personaje que no necesitaba más que un gesto para hacer reír a millones. Su nombre era José “Pepe” Biondi. Un bigote fino, una peluca que parecía salida de un dibujo animado y un cuerpo que se doblaba como de goma bastaban para que, apenas aparecía en pantalla, los chicos dejaran el vaso de leche y los adultos se acomodaran en el sillón.
Nacido en Buenos Aires en 1909, hijo de inmigrantes italianos, Biondi creció entre conventillos, risas de circo y penurias de clase baja. Fue acróbata, trapecista, payaso ambulante, mago y hasta boxeador aficionado antes de encontrar su destino en el humor físico. Su cuerpo, largo y desgarbado, fue su principal herramienta de trabajo. Aprendió el timing del golpe cómico en carpas de barrio y en giras latinoamericanas, donde perfeccionó un estilo que mezclaba la destreza circense con una ternura muy porteña.
A fines de los años ’30 ya era una figura de circo consagrada. Formó el dúo “Pepe y Don Pucho”, que triunfó en México y Cuba. Pero su carrera se interrumpió brutalmente cuando fue encarcelado en La Habana por una falsa acusación de espionaje político durante la dictadura de Batista. Pasó casi dos años preso y, según contaría después, allí aprendió la paciencia y la humildad que marcarían su humor: “En la cárcel descubrí que lo único que no te pueden sacar es la risa”.

Cuando volvió a la Argentina en 1949, el circo ya había perdido público frente a la radio y el cine. Pero él encontró un nuevo escenario: la televisión, que recién nacía. Su debut televisivo fue en 1958 con el programa Biondi Show, y tres años más tarde llegó el hito: Viendo a Biondi, emitido por Canal 13 desde 1961.
El formato era simple y efectivo: sketches cortos, personajes fijos y una secuencia de gags físicos que dependían más del ritmo que del guion. Pero la clave estaba en su lenguaje universal, accesible para grandes y chicos. Pepe era un obrero torpe, un preso con buen corazón, un empleado despistado o un enamorado imposible. En todos sus personajes había un aire de inocencia, una defensa del hombre común frente a los poderosos. Y detrás de cada caída o cachetada, un pulso de ternura.
Biondi para todas y todos
«¡Patapúfete!», “¡Qué suerte pa’ la desgracia” o “¡Qué fenómeno, che!” son frases que se volvieron parte del habla cotidiana. Su socio incondicional en el delirio fue Don Pucho, interpretado por Juan Carlos Cambón, el partenaire perfecto para su humor de payaso blanco y augusto: uno serio, el otro torpe: uno rígido, el otro un vendaval.
El éxito fue inmediato. En 1962, Viendo a Biondi alcanzó picos de más de 70 puntos de rating, una cifra impensable hoy. Durante más de una década, los estudios de Canal 13 en Constitución se llenaron de chicos que aplaudían como en un circo, mientras los padres seguían los sketches desde sus casas. Biondi era un héroe familiar, sin una gota de cinismo, capaz de hacer reír sin burlarse de nadie. Muchos de sus personajes perduran en la memoria colectiva de varias generaciones, entre ellos, Pepe Curdeles, abogado, jurisconsulto y manyapapeles; Pepe Galleta, el único guapo en camiseta; y Narciso Bello, beldad de fama universal.

Su estilo influenció a generaciones enteras de humoristas: desde Alberto Olmedo hasta Cha Cha Cha, todos le deben algo a esa lógica del gag físico llevado al delirio. Sin embargo, el paso de los años fue cruel. En 1973, con problemas de salud y cansado del ritmo televisivo, decidió retirarse. Murió en 1975, a los 66 años, de un infarto, dejando un vacío que nadie llenó del todo.
Pero Pepe Biondi siguió vivo en la pantalla. Canal 13 repitió sus programas durante años, convirtiendo a Viendo a Biondi en un clásico permanente del archivo televisivo. En los 80 y 90, los ciclos de antología rescataron sus mejores momentos, y su figura volvió a los hogares argentinos. Muchos descubrieron ahí a ese payaso triste y desopilante, mezcla de Chaplin y de Carlitos Balá, que podía hacer reír sin pronunciar una mala palabra.
En 1999, el canal le dedicó un especial conmemorativo presentado por su hija, María Biondi, y con testimonios de múltiples figuras. Todos coincidían en algo: sin Biondi, la televisión argentina habría sido otra.
Hoy, sus sketches circulan en YouTube y en compilaciones caseras. Algunos son apenas fragmentos de cinta gastada; otros fueron restaurados del archivo del canal. Pero todos conservan esa magia intacta: el ritmo del gag, el silencio que precede a la carcajada, la mirada ingenua del payaso que se tropieza con la vida y se levanta riendo.

Pepe Biondi murió el 4 de octubre de 1975. No solo inventó una forma de hacer humor. Inventó una forma de estar en el mundo: con torpeza, con dulzura y con una fe absoluta en la risa como remedio. En un país acostumbrado a reírse de los demás, él nos enseñó a reírnos con los demás. Y eso, en la historia de la televisión argentina, vale más que cualquier rating.
