En la TV y en las plataformas de streaming hay pocas cosas que generen tanta identificación inmediata como una serie clásica de oficina: escritorios en fila, una luz blanca cegadora, pilas de papeles acumulados, un murmullo constante de teclados cuyo objetivo es al menos confuso. La ficción televisiva, a lo largo de los años, fue mostrando al trabajo no sólo como un escenario, sino como un sistema que ordena, condiciona y, muchas veces, devora a quienes lo habitan. Desde la sátira más absurda hasta la distopía más opresiva, las series sobre la vida laboral se convirtieron en un espejo incómodo de un mundo en el que la explotación no se mide solamente en horas extras trabajadas, sino en lo que queda por fuera de ellas. Eso que conocemos como ocio, tiempo libre, vida personal.
En el extremo más oscuro del espectro está Severance (Apple TV+), una de las más incisivas y potentes de los últimos años. Su inquietante premisa –un grupo de trabajadores de una misteriosa corporación a los que les separan quirúrgicamente sus recuerdos laborales de los personales– podría leerse como un ejercicio de ciencia ficción exagerada, distópica. Pero quizás no lo sea tanto, ya que su potencia está en la metáfora que pone en juego: el trabajo consume tanto que exige una personalidad distinta para poder soportarlo. En esa oficina con luz cegadora y sin ventanas, los empleados de Lumon Industries son algo así como prisioneros de un presente continuo, ajenos a lo que pasa afuera –eso que damos por llamar el mundo real– y a la lógica misma de lo que hacen allí. ¿Qué sentido tienen esos números que mueven de un lado para el otro en una pantalla? El retrato es frío, quirúrgico y por eso mismo inquietante: ¿quiénes somos por fuera del trabajo?
Más acá de la distopía
Un escalón más cerca de la realidad, pero casi tan abrumadores como la distopía de Severance, están los dramas corporativos como Industry (HBO Max). Allí no hay cirugías cerebrales ni pasillos infinitos, sino salas de reuniones con grandes ventanales, trajes caros y un ritmo que no admite pausas, sostenido a base de consumos de todo tipo. En Pierpoint & Co, un banco de inversión con sede en Londres, los agentes dejan la vida moviendo dinero para crueles billonarios. Y si bien sacan su tajada que les permite vivir cómodos, no les queda tiempo ni cuerpo para disfrutarla. Lo que Industry muestra, además, es otra forma de cautiverio: jornadas interminables, una competencia interna salvaje y carreras que penden de un hilo si los mercados pegan un vuelco o si algún competidor (o colega) les tiende una trampa. La explotación aquí se disfraza de “oportunidad” y la violencia es elegante, refinada y se esconde detrás del más aséptico lenguaje corporativo.
Un género clásico de la televisión es la “comedia de oficina”, formato que se instaló allá en los años ’70 y ’80 con series como El show de Mary Tyler Moore, Taxi o Cheers, entre otras. Si bien estas series tienden, por lo general, a ser amables y mostrar que por detrás de cualquier tediosa rutina laboral existe algo así como “un grupo humano maravilloso”, hay otras que son más cínicas o ácidas al respecto. The Office, acaso una de las mejores de la historia, muestra que detrás de sus jefes un tanto patéticos y sus empleados torpes hay una realidad bastante brutal: un trabajo de oficina sin sentido que funciona, casi, como una obra de teatro del absurdo, nadie parece saber qué hace ni para qué. Más aún en la versión británica que en la estadounidense –que es un tanto más cálida y amable–, lo que se ve es un mundo laboral de jerarquías arbitrarias y funciones incomprensibles. Traten, si no, de pensar a qué se dedican en Dunder Mifflin y se darán cuenta que no les sale tan fácilmente.
El terreno de la ciencia ficción es fértil para este tipo de distopías laborales. Black Mirror, sin ir más lejos, hizo varios episodios con temáticas ligadas al trabajo, como «Fifteen Million Merits» –de la primera temporada–, en el que la vida entera del protagonista se convierte en una literal rueda de producción (su trabajo consiste, en principio, en pedalear una bicicleta fija); o «Nosedive» –de la tercera–, que imagina un mundo donde el status social se mide en puntajes que determinan el acceso a mejores trabajos y condiciones de vida, en una sátira que también se mete con las redes sociales y con los algoritmos como métodos de control. En ambos episodios, el empleo no es una actividad separada de la vida: lo invade todo. Uno es lo que hace. O viceversa.
Series, trabajo y resto del mundo
En países del resto del mundo, la ficción exhibe modos aún más explícitos de señalar la explotación laboral. En la serie francesa Trepalium (2016) los creadores imaginan un futuro donde solo el 20% de la población tiene empleo y los desocupados viven confinados detrás de un muro. Lo que en la superficie parece un relato de ciencia ficción es, en realidad, apenas una deformación de un presente en el que el acceso al trabajo es un privilegio y la precariedad, una herramienta de control. La serie coreana On the Verge of Insanity (2021) es un retrato descarnado de empleados atrapados en una empresa que se achica y en la que cada error puede costarles el puesto. La serie combina drama con comedia, pero no suaviza la sensación de desgaste que esa experiencia genera: largas horas de oficina y jefes con expectativas imposibles que esclavizan a sus trabajadores sabiendo que no estar a la altura de sus demandas puede concluir en un despido, con todo lo que eso implica tanto económica como socialmente.
Entre el realismo y la alegoría, entre la ciencia ficción y la metáfora, las series que abordan la explotación laboral coinciden en algo: el trabajo no es un simple escenario en el que se desarrollan tramas personales, sino una fuerza que las limita, las ahoga, las pulveriza. Tanto en la penumbra minimalista de Severance como en el piso corporativo de Industry o en el gris deprimente de la urbe industrial de The Office, el lugar de trabajo puede ser un personaje igual de temible que cualquier villano. Y más difícil de combatir. «