La primera noticia, en agosto del año pasado, había causado curiosidad: Cuba jugaría el Mundial Sub 20 masculino de 2025, en Chile. La segunda, este miércoles en Valparaíso, causó asombro: esa Cuba habitualmente por fuera del primer mundo futbolero -y del segundo y del tercero también- le empató 2-2 a Italia en la segunda fecha de la Copa del Mundo juvenil que se está jugando en Chile. Ya en su debut, los cubanos le habían dado un pequeño susto a Argentina, que recién en el minuto 89 se aseguró al 3-1 final con el gol de Ian Subiabre, uno de los chicos de River con un blindaje de 100 millones de dólares.
La relación entre Cuba y el fútbol, se sabe, suele ser mínima, a diferencia del vínculo entre el pueblo cubano y otros deportes: en la Isla se siguen los Juegos Olímpicos o Panamericanos con mucho interés, una tradición que se mantiene aun en tiempos de crisis económica. El bloqueo que sacude al país no impidió que la delegación cubana terminara en un magnífico 16º puesto en el reciente Mundial de Atletismo, en Japón.
En ese contexto, el deporte más popular sigue siendo el béisbol pero las nuevas generaciones comenzaron a volcarse en los últimos años al fútbol. La flexibilización de algunas normas gubernamentales también explica el 2-2 contra Italia: en la selección de Cuba juegan hijos de exiliados, una prerrogativa que no se extiende a otros deportes, mucho más orgullosos -y con garantías de éxito-.
Una teoría de cómo el fútbol comenzó a expandirse por Cuba nace en una decisión de la televisión oficial: no transmitir más los partidos de las Grandes Ligas, el torneo de béisbol de Estados Unidos, para dejar de mostrar el triunfo en el extranjero de los compatriotas desertores, eximios beisbolistas. Entonces el fútbol, un deporte sin representantes cubanos en las principales ligas, ganó espacio en la TV: la Champions League, la Eurocopa y la Liga Española comenzaron a repercutir en la Isla.
Como suele pasar en otros países del Caribe y Centroamérica, el peligro de ese fútbol televisado era la ausencia de una identificación propia, nacional. A falta de una competición interna estimulante –la temporada se divide en dos torneos, uno local entre barrios de una misma localidad, y otro nacional entre equipos que representan a una ciudad–, los jóvenes cubanos suelen hinchar a la distancia por equipos extranjeros, como el Real Madrid o el Barcelona.
La selección tampoco tenía, hasta ahora, muchos motivos para el orgullo. Cuba sólo jugó un Mundial, el Francia 1938, y sin mucha suerte: en partidos a eliminación directa, eliminó a Rumania en el debut y luego fue goleado 8-0 por Suecia. Con Argentina hay poca historia en común: cuatro partidos entre las selecciones por Juegos Panamericanos y un puñado de visitas de nuestros clubes, pero ya lejanas, como Vélez en 1931, Newell’s en 1951 y Boca en 1988. En todo caso, Diego Maradona tuvo más vinculo con Cuba que el fútbol argentino en sí.
Pero algo empezó a cambiar. Ya en 2013, esa Cuba que miraba al fútbol por TV también lo empezó a jugar y se clasificó por primera vez al Mundial Sub 20, en Turquía. Fueron tres derrotas en fila, 1-2 con Corea del Sur, 0-3 con Nigeria y 0-5 con Portugal, aunque abrió una puerta. La segunda clasificación a una Copa del Mundo de la categoría, a Chile 2025, llegó a mediados del año pasado, tras un triunfo por penales ante Honduras en las Eliminatorias de la Concacaf, una hazaña que les permitió a varios de los muchachos conseguir un contrato modesto –pero contrato al fin– en clubes del Ascenso centroamericano.
La selección cubana sub 20 que le empató a Italia está conformada por algunos jugadores que compiten en la liga local (FC Guantánamo, FC Santiago de Cuba o FC Ciego de Ávila) pero sobre todo por jóvenes que juegan en ligas secundarias del extranjero: se superponen clubes poco conocidos de la Segunda División de Costa Rica, de la Tercera de Honduras y de la Cuarta de Portugal, como el capitán, Karel Pérez, jugador del Vianense, que terminó llorando tras el 2-2 ante los italianos. El autor de los dos goles, ambos de penal, fue Michael Camejo, que juega en el FC Ciudad de La Habana: el nuevo héroe es, obviamente, amateur.

Una Cuba con «extranjeros»
Mientras los deportistas que se convierten en desertores en las competencias en el extranjero reciben una suspensión de ocho años para volver a representar al país, en la selección que dio el golpe en Chile hay, además, una novedad: jugadores cubanos nacidos en el extranjero, hijos de padres o madres de exiliados cubanos en Europa. Los casos son dos: Camilo Pinillo nació en Bélgica de madre cubana y juega en las inferiores del Lierse, de la Segunda de ese país; y Alessio Raballo es oriundo de Italia con padre cubano y participa en el Sub 20 del Cremonese. Ambos representan una cierta flexibilización, un puente con el exilio.
Hasta hace poco, Cuba sólo aceptaba competir con deportistas formados en el país. Cada tanto había alguna excepción, por ejemplo algún atleta nacido en el extranjero pero de padres cubanos que trabajaban como diplomáticos temporalmente fuera de la Isla. Algo empezó a cambiar. Cuba se abre al fútbol y el fútbol abre a Cuba. Historia pura. «